ISBN 0124-0854
N º 53 Febrero de 2000
La literatura española se silenció a partir de mediados del siglo XVII y entró en un letargo parecido a la muerte. Sin embargo España había logrado darse unas instituciones, construirse una tradición tan firme como sus castillos roqueros, tenía unas costumbres, una cultura en las cosas, unas mezquitas moras, unos acueductos romanos, la solemne y severa mole del Escorial donde ampararse mientras encontraba otra vez argumentos para aceptar la aventura de la modernidad. Pero nuestra historia en América fue distinta, aunque siguió su propio rumbo en cada país. Habíamos casi destruido la memoria de América, la tradición de los pueblos americanos, habíamos descalificado su condición de verdadera cultura, pero no contábamos con una tradición europea arraigada en nuestro territorio. Además, la renuncia española a la edad moderna también impedía que las otras formas de la memoria, los libros, entraran a formar parte viva de nuestra realidad, nos ayudaran a conservar nuestro pasado, a vivir la aventura de construcción del individuo americano, el perfil singular de nuestra cultura mestiza.
En los Estados Unidos ese desafío no se vivió jamás: los nativos fueron exterminados y los europeos inmigrantes trajeron su cultura. Rápidamente sus libros crearon la mitología, verdadera o apócrifa, de aquel mundo. Rápidamente sus poetas tomaron posesión de su realidad, reconocieron