ISBN 0124-0854
N º 42 Febrero de 1999
¡ Piedad, con estos pobres huérfanos!
Por: Pedro Adrián Zuluaga
Hay que juntar coraje para hacer la defensa de lo indefendible. El mejor argumento en estos casos, perdidos de antemano, es que las mayorías, a pesar de la democracia, siempre se equivocan, y que todos los consensos son sospechosos. Frente a la opinión de qué a los periodistas siempre se nos sale lo humano justo cuando no se debe, que no hacemos más que estorbar, interrumpir y opinar a destiempo, todos parecen milagrosamente de acuerdo: los intelectuales y las amas de casa, el presidente y los guerrilleros, los ricos y los pobres, los jóvenes y los viejos; todo un modelo de unanimidad conceptual.
En resumen, los periodistas tenemos una profesión adicional: la de ser culpables. Pero se me permitirá por esta vez disentir y proponer a cambio la figura del periodista como la de un pobre tipo, por el que temen su madre y sus vecinos y al que cada día lo amparan menos las leyes humanas( colombianas) y lo abandona con mayor evidencia la justicia de Dios, y que
Hundertwasser. Muchacho meando con rascacielos, Viena, enero de 1952
como si fuera poco, es mal pagado y maltratado por sus jefes, periodistas que a su vez son utilizados como un mal necesario por sus jefes respectivos, que oscilan entre ricos empresarios o delfines y cortesanos de las familias presidenciales o ambas cosas.
Los periodistas de“ abajo”, que viven entre azarosas salas de redacción y no menos azarosas ruedas de prensa, sobreviven gracias a que conservan instintos básicos, casi los mismos que los del resto de los mortales: el temor al ridículo, el deseo de poder, el miedo a lo nuevo y lo desconocido. Vistas de cerca, estas“ pasiones” no son más que necesidades simples, por las que nadie debería ser juzgado: la búsqueda del reconocimiento y el respeto ajenos, el sueño de la confianza en sí mismos. El que esté libre de estos“ pecados” que