ISBN 0124-0854
N º 52 Diciembre de 1999 amiga es tímida con todo el mundo,“ excepto” con los extraños, que esos extraños, y las relaciones más fugaces, nos parecen nuestros verdaderos amigos? Creo que sí. También los álbumes donde guardábamos las palabras de agradecimiento en papel de cartas de la Casa Blanca, alguna que otra comunicación de California y Borneo, las postales de a centavo del afilador, nos hacían sentimos unidos a unos mundos extraordinarios más allá de la cocina con sus vistas a un cielo limitado.
Ahora la rama desnuda de una higuera, en diciembre, roza la ventana. La cocina está vacía, los pasteles han desaparecido; ayer llevamos el último de ellos a la oficina de correos, donde el importe de los sellos dejó vacía nuestra bolsa. Estamos sin un centavo. Esto me deprime, pero mi amiga insiste en celebrarlo …, con dos dedos de whisky que queda en la botella de Jajá. Damos a Queenie una cucharada en una taza de café( le gusta el café con sabor de achicoria y fuerte). El resto lo dividimos entre dos copas. Ambos amedrentados antes la perspectiva de tomar whisky puro; su sabor provoca gestos contraídos y estremecimientos. Pero poco a poco nos ponemos a cantar, cada uno diferentes canciones simultáneamente. No sé la letra de la mía, sólo:“ Ven, ven a la ciudad oscura, al baile de los faroleros”. Pero sé bailar: quiero ser un bailarín de cine. Mi sombra danzante retoza sobre las paredes; nuestras voces sacuden la vajilla; reímos como si manos invisibles nos hicieran cosquillas. Queenie rueda sobre su espalda, sus patas se agitan en el aire, algo como una sonrisa estira sus labios negros. Por dentro me siento arder y chispear como esos leños que se desmoronan, despreocupados como el viento en la chimenea. Mi amiga da vueltas de vals en tomo a la estufa, sosteniendo entre sus dedos el borde de su pobre falda de algodón
como si fuera un vestido de baile.“ Enséñame el camino para ir a casa”, canta, mientras sus zapatos de tenis chirrían sobre el piso.“ Enséñame el camino para ir a casa …”.
Entran dos parientas. Muy enojadas. Potentes, con ojos que escarban, lenguas que escaldan. Escuchad lo que tienen que decir, palabras que caen con tono iracundo:- ¡ Un niño de siete años! ¡ Whisky en su aliento! ¿ Has perdido el juicio? ¡ Licor a un niño de siete años! ¡ Si serás necia! ¡ Camino de la perdición! ¿ Recuerdas a la prima Kate? ¿ Al tío Charlie? ¿ Al cuñado del tío Charlie? ¡ Vergüenza! ¡ Escándalo! ¡ Humillación! ¡ Arrodíllate, reza, ruega al señor!
Queenie se esconde bajo la estufa. Mi amiga mira sus zapatos. Su barbilla tiembla, levanta su falda y se limpia la nariz y corre a su habitación. Cuando ya hace mucho que la ciudad duerme y la casa está silenciosa, excepto por los relojes al dar las horas y el chisporroteo de los fuegos que van apagándose, está llorando sobre una almohada ya tan mojada como el pañuelo de una viuda.-No llores-le digo, sentado a los pies de su cama y temblando a pesar de mi camisa de noche de franela que huele a jarabe para la tos del invierno pasado. No llores-le ruego tironeándole los dedos de los pies y haciéndole cosquillas-, eres demasiado vieja para eso.-Es porque-dice, en un hipo-“ soy” demasiado vieja. Vieja y ridícula.-No ridícula. Divertida. Más divertida que nadie. Oye: Si no dejas de llorar, mañana estarás tan cansada que no podremos ir a cortar un árbol.
Se incorpora. Queenie salta sobre la cama( cosa que le está prohibida) y le lame las mejillas.