Agenda Cultural UdeA - Año 1999 DICIEMBRE | Seite 12

ISBN 0124-0854
N º 52 Diciembre de 1999 desierto. Llamo a la puerta, Queenie ladra, mi amiga grita:
Pondremos una taza más de pasas en“ su” pastel.
- ¿ Señora Jajá? ¿ Señora? ¿ Hay alguien en la casa? Pasos. La puerta se abre. Nuestros corazones dan un vuelco. ¡ Es el propio señor Jajá Jones! Y“ es” un gigante; y“ sí” tiene cicatrices; y“ no” sonríe. Ceñudo, nos mira con ojos oblicuos de Satán y pregunta:- ¿ Qué quieren de Jajá? Por un momento estamos demasiado paralizados para contestar. Al fin mi amiga encuentra a medias su voz, un susurro de voz a lo sumo:-Si nos hace el favor, señor Jajá, quisiéramos un litro de su mejor whisky. Sus ojos se inclinan más. ¿ Quién lo creería? ¡ Jajá está sonriendo! Es más, ríe.- ¿ Quién de ustedes es el bebedor?-Es para hacer pasteles de fruta, señor Jajá. Para cocinar. Eso lo calma. Frunce el ceño.
- ¡ Qué manera de malgastar el buen whisky! No obstante, se retira dentro del sombrío café y unos segundos más tarde aparece con una botella sin etiqueta llena de licor de un amarillo de margarita. Muestra su reflejo a la luz del sol y dice:-Dos dólares. Le pagamos con monedas de a diez, cinco y un centavo. De pronto, mientras agita las monedas en su mano como si fuesen dados, su cara se suaviza.- ¿ Saben qué les digo?-propone, volviendo a meter el dinero en nuestra bolsa de cuentas-. En vez de pagar, mándenme uno de esos pasteles de frutas.-Bueno-observa mi amiga por el camino de regreso a casa-, es un hombre encantador.
Por eso al atravesar un patio de la escuela en esta particular mañana de diciembre, voy escudriñando el firmamento. Como si esperase ver, semejantes a corazones, un par de cometas sueltas que corren hacia el cielo.
La estufa negra, cargada de carbón de leña, resplandece como una calabaza iluminada por dentro. Las batidoras de huevos giran, las cucharas revuelven las vasijas de mantequilla y de azúcar, la vainilla endulza el aire, el jengibre lo hace picante; una mezcla de olores que producen hormigueo a las narices satura la cocina, se difunde por la casa, se esparce por el mundo en bocanadas de humo de la chimenea. En cuatro días nuestra obra ha terminado. Treinta y un pasteles, empapados de whisky, en los antepechos de las ventanas y los anaqueles.
¿ Para quiénes son? Amigos. No necesariamente amigos de la vecindad: realmente, la mayor parte están destinados a personas a quienes hemos visto quizás una vez, quizás nunca. Personas que han impresionado nuestra imaginación. Como el presidente Roosevelt. Como el reverendo J. C. Lucey y su esposa, misioneros baptistas en Borneo que dieron conferencias aquí el invierno anterior. O el pequeño afilador que viene a recorrer la aldea dos veces al año. O Abne Packer, el conductor del autocar de Mobile de las seis, con quien cambiamos ademanes de saludo cada día cuando pasa en una nube veloz de polvo. O los jóvenes Wiston, una pareja de California, cuyo coche una tarde se averió frente a la casa y pasaron una hora agradable charlando con nosotros en la galería( el joven señor Wiston nos sacó una instantánea, la única fotografía que nos han hecho en nuestra vida). ¿ Es debido a que mi