ISBN 0124-0854
N º 44 Abril de 1999
Dámaso Alonso nos enseñó a detenemos, para saborearlos, en ciertos versos de Quevedo y de Machado, de Garcilaso y de Góngora. Es también delicioso degustar, aquí y allá, los de las Elegías:
La gente natural es bien dispuesta Y pura desnudez su vestidura.
“ Este último verso es bello por su oximoron y rima interna, pero también por el destello de nobleza humana que pone en él el adjetivo‘ pura’ que, en un orden mental que proscribe la desnudez como pecado, logra servir incluso de atenuante moral.”
Pero más allá de la letra, este ensayo que sobrepasa las cuatrocientas páginas y, sin embargo, más que dejarse leer se hace devorar, nos muestra el espíritu de Castellanos, un hombre cuya visión del mundo era la del Renacimiento. Nacido en un pueblecito que, aunque pequeño, estaba en la encrucijada por donde pasaron como la romana y la árabe, vino adolescente a América como soldado y aventurero. Pero a diferencia de, por ejemplo, los Pizarras, no estaba cegado por oro sino deslumbrado por la novedad y la diversidad casi infinita de esta“ tierra buena”.
Y se empeña en nombrar, esto es, en crear. Porque, como se nos recuerda con una cita de Borges,“ nombrar en el comienzo de una literatura, equivale a crear”. Nombra y describe, con esa amplitud de mente renacentista, las aves, las bestias, los árboles, las costumbres y creencias y rituales del nuevo mundo. Y como la lengua no tiene palabras para tal diferencia, usa los nombres indígenas. Nuestro complejo de colonizados – de hijos de puta, dijo Fernando González- no nos ha dejado nombrar las cosas nuestras con sus propios nombres. Pero Castellanos-antes de De Greiff, digamos, no se avergüenza de cantarle a Bolombolo- incorporó a la lengua esos nombres musicales. Y los puso a rimar con las viejas palabras, latinas o árabes, iniciando así el mestizaje, otro de los mestizajes del español, que en este caso es el nuestro y fundaría la gran literatura que puede enorgullecerse de obras como las Rulfo, José María Arguedas y César Vallejo. En algún punto el autor se pregunta cómo es posible que con tales inicios hayamos llegado a la mentalidad cerrada que nos ha gobernado durante casi un siglo, la misma de don Miguel Antonio Caro y que, precisamente, rebajó siempre a Castellanos.
William Ospina ha escrito, en Las auroras de sangre, uno de sus más bellos libros.
José Manuel Arango es autor de los libros de poemas Este lugar de la noche, Signos y Cantiga y montañas, y se ha desempeñado como profesor universitario del Alma Máter