Eliseo Merino
…desde el extremo sur de Chile.
Iglesia Bautista Playa Norte,
Punta Arenas, Reg. Magallanes.
H
ace exactamente treinta años, en el aeropuer-
to de Santiago me embarcaba a la ciudad de
Punta Arenas, capital de la Duodécima re-
gión de Magallanes y Antártica Chilena. Lleno de
emociones y preguntas mientras un grupo de herma-
nos me despedían en el aeropuerto. Para ser honesto
mi destino era hacia una tierra que no conocía, había
pasado toda mi vida en el centro y norte del país; cin-
co años como pastor en Iquique y cuatro en Santiago.
Con muchos temores sabía que me dirigía a un lugar
apartado de clima frio y más lejos de mi familia y
amigos de lo que antes estaba. La percepción geográ-
fica comenzaba a cambiar lo que antes llamaba sur
ahora comenzaba a ser norte. Y como en todo traslado
las preguntas acechaban y tampoco había respuesta.
Solo una respuesta parecía ser clara: tres a cinco años
permanecería en Magallanes.
Una vez instalado comencé a darme cuenta de la be-
lleza del de los paisajes Magallánicos, del extenso
territorio que contiene esta región, de los fuertes vien-
tos, los fríos inviernos y sus extensas noches, como
también darme cuenta del verano muy distinto con sus
largos días. En verdad estaba en una tierra diferente.
La ciudad de Punta Arenas se tornaba en un gran
desafío, una ciu-
dad en crecimien-
to con iglesias
pequeñas y con
hermanos
muy
cariñosos que su-
plían la distancia
de la familia co-
mo también a sen-
tir un poco de
más calor sobre todo en los fríos días de Invierno.
Aquí también he vivido dos aluviones sobre la ciudad
y un terremoto blanco y varios temporales de viento
muy fuertes, evidencia de lo que es clima en esta zona
en algunos momentos.
Recuerdo que uno de los momentos difíciles fue un
viaje a Porvenir cuando la obra se estaba iniciando en
ese lugar. A las nueve de la mañana nos embarcamos
con el mar tranquilo después de una hora de navega-
ción se empezó un temporal que hacía imposible la
navegación, enormes olas golpeaban la embarcación.
Los pasajeros gritaban, lloraban, muchos de ellos es-
taban en el suelo, nadie se sostenía con tanto movi-
miento. Recuerdo que como pude subí arriba y me
aferré a un poste metálico, nunca me despegue de ese
lugar, las olas me golpeaban fuertemente. Milagrosa-
mente después de seis horas llegamos a la bahía Chi-
lota. Como el viaje estaba programado para volver en
dos días no llevé ropa de recambio, además, de lo mo-
jado en la medida que la ropa se secaba se ponía blan-
ca por la sal del mar; la única alternativa era usar ropa
de los hermanos.