creo. Ni tú tampoco. Confiésalo, Dick, honestamente. Tú no te crees todo eso de la «falta de
indicios», ¿verdad?
El día anterior, tras leer prolijamente los periódicos, Perry había planteado la misma
cuestión, y a Dick, creyendo que ya había contestado de una vez por todas («Mira, si esos
cow-boys pudieran establecer la mínima conexión, oiríamos resonar los cascos de sus
caballos a doscientos kilómetros»), le fastidió oírla nuevamente. Le aburría demasiado
contestar y se quedó callado, pero Perry insistió:
-Siempre me he guiado por mi intuición, por eso estoy vivo todavía. ¿Sabes? Willie-Jay
decía que yo era un médium nato y de esas cosas él entiende bastante porque le interesan
mucho. Me dijo que yo poseía un alto grado de «percepción extrasensorial». Un poco como si
tuviera radar por dentro: percibes las cosas antes de verlas. Presientes lo que va a suceder.
Mira por ejemplo mi hermano y su mujer, Jimmy y su mujer. Estaban locos el uno por el otro,
pero él era celoso como un demonio y con sus celos la hacía tan infeliz, pensando siempre que
ella le estaba engañando a sus espaldas, que al final ella se pegó un tiro y, al día siguiente,
Jimmy se disparó una bala en la cabeza. Cuando sucedió, era en 1949 y yo estaba en Alaska
con mi padre, por Circle City, y le dije a mi padre: «Jimmy ha muerto.» Una semana después
nos llegaba la noticia. La pura verdad. Otra vez estando en el Japón, yo trabajaba descargando
en un barco y me senté para descansar un minuto. De pronto una voz en mi interior me gritó:
«¡Salta!» Y yo di un brinco de tres metros. En aquel mismo instante, y en el mismo lugar
donde yo había estado sentado, vino a desplomarse una tonelada de mercancía. No me
importa que te lo creas o no. Te podría contar cien casos así. Por ejemplo, antes de tener aquel
accidente con la moto, lo vi todo, todo lo que iba a suceder. Lo vi en mi cabeza: la lluvia, la
huella de las ruedas que habían patinado y yo por la carretera, tirado en el suelo, sangrando y
con las piernas rotas. Eso es lo que me pasa ahora. Una pre monición . Algo me dice que esto
es una trampa -Golpeó el diario con el dedo-. Un montón de pre varicaciones.
Dick pidió otra hamburguesa. En los últimos días venía arrastrando un hambre que nada
(tres sucesivos bistecs, una docena de chocolatinas «Hershey», medio kilo de pastillas de
goma) parecía satisfacer. En cambio, Perry, por su parte, no tenía apetito: se mantenía de root
beer, aspirinas y cigarrillos.
-No me extraña que tengas visiones -le dijo Dick-. Anda, vamos, rico. Sacúdete el
canguelo. Nos salimos con la nuestra. Ha estado perfecto.
-Considerando bien las cosas, me sorprende que lo digas -murmuró Perry.
El tono tranquilo subrayaba la malicia que la respuesta encerraba. Pero Dick supo
acusarla, hasta llegó a sonreír y su sonrisa era pura astucia. Fíjate, decía su sonrisa de buen
chico, fíjate qué personaje tan simpático soy, qué apuesto, un tipo por el que cualquiera se
dejaría afeitar.
-Muy bien -dijo Dick-. Puede que me hubieran dado una información falsa.
-Aleluya.
-Pero en conjunto, ha sido perfecto. No dejamos huella alguna. La han perdido. Y
quedará perdida para siempre. No hay ni una sola conexión.
-Yo puedo pensar en una.
Perry había ido demasiado lejos, pero aún fue más allá:
-Floyd, ¿no es ése el nombre?
Un golpe bajo, pero Dick lo merecía. Su confianza era como una cometa que necesitara
de vez en cuando que le arriaran la cuerda. Sin embargo, Perry pudo observar, no sin cierta
aprensión, síntomas de cólera que iban transfigurando la expresión de Dick: mandíbulas,
labios, la cara entera se distendió y en las comisuras de los labios aparecieron incipientes
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