espumarajos. Muy bien, si llegaban a pelear, Perry sabría cómo defenderse. Era bajo, algunos
centímetros más bajo que Dick y no podía contar con sus piernas cortas y dañadas, pero, en
cambio, le superaba en peso, era más fornido y tenía unos brazos que podían cortar el aire a
un oso. Pero demostrarlo, tener una pelea, una lucha jugándose el todo por el todo, era lo
menos deseable en esa ocasión. Le gustara Dick o no (y no es que ahora dejara de gustarle, si
bien en otro momento le había gustado más, o por lo menos respetado más), estaba claro que,
por razones de seguridad, no les convenía separarse así sin más. Sobre este punto estaban de
acuerdo los dos porque Dick había dicho:
-Si nos han de coger, que nos cojan juntos. Así podremos respaldarnos. Cuando
empiecen a intentar tirarnos de la lengua para hacernos confesar, eso del careo de si tú dijiste
y si yo dije.
Además, romper con Dick significaba renunciar a aquellos planes todavía atractivos
para Perry y que, a pesar de los recientes reveses, aún creía posible realizar a dúo: una vida de
inmersiones submarinas a la caza de tesoros en las islas o al otro lado de la frontera del Sur.
-¡El señorito Wells! -exclamó Dick empuñando el tenedor-. Habría que verlo. Y habría
que verme a mí si volvía allá dentro. No tengo más que hacer que me metan por falsificar un
cheque. Habría que ver lo que le pasaba. -El tenedor cayó de punta sobre la mesa-. Hasta el
corazón, ¿sabes?
-No creo que vaya a hacerlo -contestó Perry queriendo hacer una concesión ahora que la
cólera de Dick había pasado de su persona para centrarse en otra-. Se moriría de miedo antes
de hacer algo así.
-Pues claro -asintió Dick-. Seguro que sí. Se moriría de miedo.
Una maravilla, realmente, la facilidad con que Dick podía cambiar de humor. En un
instante, toda huella de crueldad, de hostilidad se había evaporado. Añadió:
-Y en cuanto a ese asunto de tus premoniciones, a ver si me aclaras algo: si estabas tan
totalmente seguro de que te ibas a dar el golpe con la moto; ¿por qué no la dejaste antes?,
nada te hubiera pasado si no hubieras estado montado en ella, ¿no?
Era un enigma sobre el que Perry había hecho sus reflexiones y creía haber hallado su
porqué, que era muy simple aunque también algo confuso:
-No, porque cuando una cosa ha de ocurrir no se puede hacer más que esperar que no te
ocurra. O que te ocurra cuanto antes, depende. Porque mientras estás en esta vida, siempre
tienes algo esperándote y aunque lo sepas y sepas, además, que es algo malo, ¿qué le vas a
hacer? No puedes dejar de vivir. Como en mi sueño. Desde que era pequeño, tengo el mismo
sueño. Estoy en África. En la jungla. Voy caminando entre los árboles hacia un árbol que está
aislado. ¡Jesús, y qué mal huele! El árbol apesta tanto que casi me desvanezco. Pero me da
gusto verlo: tiene las hojas azules y cuelgan de él montones de diamantes como naranjas. Y es
ésa la razón de que yo esté allí: quiero coger una carretada de diamantes. Pero lo que yo sé es
que en el preciso instante en que intente alargar la mano para cogerlos, una serpiente me caerá
encima. Una serpiente que custodia el árbol. Esa gorda hija de puta vive allí en sus ramas. Lo
sé de antemano, ¿sabes? Y por Cristo que no tengo idea de cómo puedo luchar contra una
serpiente. Pero pienso: «Bueno, correré el riesgo». Lo que quiere decir que mi deseo de
poseer los diamantes es mayor que mi miedo. Así que me acerco para coger uno, lo tengo en
mi mano y en cuanto empiezo a tirar de él para arrancarlo, la serpiente se me echa encima.
Empieza la lucha, pero la serpiente es una viscosa hija de puta y yo no puedo zafarme, se me
enrosca, me estruja. ¡Puedo oír cómo las piernas me crujen! Y entonces viene la parte en que
sólo de pensarlo me da sudores, empieza a engullirme, ¿sabes? Empezando por los pies.
Como si te tragaran las arenas movedizas.
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