A SANGRE FRIA | Page 185

nunca hará. Al escribirme, al firmar «tu amigo». Cuando yo no tenía amigos. Excepto Joe James. Joe James, le explicó a Don Cullivan, era un joven leñador indio con el que había vivido una vez, en un bosque cerca de Bellingham, Washington. -Está muy lejos de Garden City. Tres mil kilómetros o más. Le escribí a Joe contándole lo que me pasaba. Joe es pobre, tiene siete hijos que alimentar, pero me ha prometido que vendrá aunque tenga que hacerlo andando. No ha venido aún y quizá no venga, pero yo creo que sí, que vendrá. Joe siempre me ha querido bien. ¿Y tú, Don? -Sí, yo también. La respuesta suave y enfática complació sobremanera a Perry y lo hizo sonrojar. Sonrió y dijo: -Entonces debes de estar un poco loco. Levantándose de pronto, cruzó la celda y cogió la escoba. -No veo por qué he de morir entre desconocidos. Dejar que un puñado de matones de la pradera contemplen cómo estiro la pata. ¡Cristo! Sería mejor suicidarme. Levantó la escoba y presionó las cerdas contra la bombilla que brillaba en el techo. -No tengo más que desenroscar la bombilla, romperla y cortarme las muñecas. Eso es lo que debería hacer. Mientras tú estás todavía aquí. Mientras estoy con alguien a quien le importo un poco. El juicio se reanudó el lunes por la mañana a las diez. Noventa minutos después, el tribunal levantó la sesión: en aquel breve espacio de tiempo la defensa había comple