A SANGRE FRIA | Page 184

-La señora Meier es una cocinera estupenda. Tendrías que probar su arroz a la española. He aumentado siete kilos desde que estoy aquí. Claro que estaba muy flaco. Perdí mucho peso cuando Dick y yo nos pasábamos el día en la carretera, andando sin parar, sin comer nunca caliente y siempre con un hambre de lobo. Vivíamos como animales. Dick siempre robaba comida en lata de las tiendas. Alubias cocidas y spaghetti. Las abríamos en el coche y nos lo tragábamos frío. Animales. A Dick le encanta robar. Para él es emocionante, como una enfermedad. Yo robo también pero sólo si no tengo dinero para pagar. Dick, aunque tuviera cien dólares en el bolsillo, igualmente robaría una barrita de chicle. Más tarde, cuando pasaron a los cigarrillos y al café, Perry volvió al tema del robo. -Mi amigo Willie-Jay solía hablar de eso; decía que todos los crímenes podían considerarse como «variantes del robo». Incluido el asesinato. Cuando matas a un hombre, le robas la vida. Lo que supongo me pone a mí entre los grandes ladrones. Fíjate, Don: yo los maté. Allí en la sala, Dewey hizo que pareciera como si yo estuviera mintiendo... a causa de la madre de Dick. Bueno, pues no. Dick me ayudó, sostenía la linterna y recogió los cartuchos. Y fue idea suya, eso sí. Pero Dick no disparó, no sería capaz de hacerlo... aunque cuando se trata de atropellar a un perro viejo, es muy rápido. No sé por qué lo hice -frunció el ceño como si el problema fuera nuevo para él, una piedra preciosa recién desenterrada de sorprendente y desconocido color-. No sé por qué -dijo como llevándola a la luz y haciéndola girar entre sus dedos para contemplarla desde distintos ángulos-. Estaba furioso con Dick. El duro, el hombre de acero. Pero no se trataba de Dick. Ni del miedo de ser descubierto. Yo quería correr la aventura. Y no era por nada que los Clutter hubieran hecho. No me habían hecho nada. Como otros. Como otros que me han dado una perra vida. Quizá sólo fuera que los Clutter tuvieron que pagar por todos. Cullivan, tratando de averiguar la profundidad de la contrición que atribuía a Perry, lo sondeó, ¿verdad que experimentaba un remordimiento suficientemente profundo como para desear el perdón y la misericordia de Dios? Perry dijo: -¿Que si lo siento? Si es eso lo que quieres decir, no. No siento nada en absoluto. Y quisiera que no fuera así. Pero nada de aquello me causa preocupaciones. Media hora después, Dick me contaba chistes y yo me reía a carcajadas. Quizá no seamos humanos. Yo soy lo bastante humano como para sentir lástima de mí mismo. Me apena no poder largarme de aquí cuando tú te vayas. Pero nada más. Cullivan no podía dar crédito a actitud tan imparcial. Perry se confundía, estaba en un error. Era imposible que un hombre estuviera tan falto de conciencia o de compasión. Perry dijo: -¿Por qué? Los militares no pierden el sueño. Asesinan y encima les dan medallas. Las buenas gentes de Kansas quieren matarme y algún verdugo estará encantado de hacer el trabajo. Matar es muy fácil, mucho más fácil que pasar un cheque falso. Recuerda una cosa: yo conocí a los Clutter durante una hora quizá. Si de veras los hubiera conocido, imagino que mis sentimientos serían diferentes. Que me sentiría asqueado de mí mismo. Pero tal como fue la cosa, era como disparar en un tiro al blanco de feria. Cullivan guardaba silencio y su silencio perturbó a Perry, que lo interpretó como una implícita censura. -¡Carajo, Don! No hagas que sea hipócrita contigo. Que te suelte un montón de embustes acerca de cuánto lo siento, de que lo que quiero es postrarme de rodillas y rezar. Esas cosas no van conmigo. No puedo aceptar de un día a otro lo que siempre he negado. La verdad es que tú has hecho más por mí de lo que nunca hizo eso que tú llamas Dios. De lo que 184