A SANGRE FRIA | Page 186

Una irónica sonrisa se dibujó en los delgados labios de Green. -¿Recuerda por qué lo detuvieron? -Lo acusaron de forzar un drugstore. -¿Lo acusaron? ¿No admitió acaso que lo había forzado? -Es verdad, lo admitió. -Y eso fue en el cuarenta y nueve. ¿Y, sin embargo, dijo usted que su hijo cambió de conducta y actitud a partir del cincuenta? -Yo diría que sí. -¿Quiere decir que después del cincuenta se convirtió en un buen chico? Accesos de fuerte tos sacudieron al viejo, que escupió en un pañuelo. -No -declaró examinando el esputo-, yo no diría eso. -Entonces, ¿cuál fue el cambio que tuvo lugar? -Bueno, eso es difícil de precisar. Sólo sé que ya no parecía el chico de antes. -¿Quiere decir que perdió sus tendencias criminales? La salida del abogado provocó carcajadas, un alboroto en la sala que la severa mirada del juez Tate sofocó muy pronto. El señor Hickock, despedido poco después, fue reemplazado en la tarima por el doctor W. Mitchell Jones. El doctor Jones se presentó ante el tribunal como «médico especialista en el campo de la psiquiatría» y como prueba de tal afirmación añadió que desde 1956, año en que entró a formar parte del personal residente en el hospital psiquiátrico del estado de Topeka, Kansas, había asistido a unos mil quinientos pacientes. Durante los dos últimos años había formado parte del personal del hospital que el estado tenía en Larned, como director del Pabellón Dillon, sección reservada a los locos criminales. Harrison Smith le preguntó al testigo: -Aproximadamente, ¿de cuántos asesinos se ha ocupado? -Unos veinticinco. -Doctor, he de preguntarle si conoce a mi cliente Richard Eugene Hickock. -Sí. -Ha tenido ocasión de examinarlo desde un punto de vista profesional? -Sí..., he sometido a examen psiquiátrico al señor Hickock. -Basándose en su examen, ¿puede decirnos si Richard Eugene Hickock era capaz de distinguir el bien del mal cuando se cometieron los crímenes? El testigo, hombre robusto de veintiocho años, con cara redonda pero inteligente y sutil, lanzó un profundo suspiro, como preparándose para una respuesta larga, que el juez inmediatamente le advirtió no hiciera. -Limítese a contestar sí o no, doctor. Puede contestar con un sí o un no. -Sí. -¿Y cuál es su opinión? -Creo que según la definición usual el señor Hickock distinguía el bien del mal. Así, constreñido como se veía por la ley M'Naghten («la definición usual»), fórmula totalmente ciega a cualquier matiz entre el blanco y el negro, el doctor Jones se veía impotente para contestar de modo distinto. Pero, claro, su respuesta era una contrariedad para el abogado de Hickock quien totalmente desesperanzado preguntó: -¿Puede precisar la respuesta? 186