...Me sentenciaron de cinco a diez años por hurto mayor, allanamiento de morada y fuga de la
cárcel... Me pareció muy injusto. En la cárcel me volví un amargado. Cuando me soltaron
tenia que haberme ido con mi padre a Alaska; no lo hice. Trabajé un tiempo en Nevada e
Idaho, pasé a Las Vegas y continué hasta Kansas donde me metí en la situación en que ahora
me hallo. No tengo tiempo de escribir más.
Firmó con su nombre y añadió una posdata:
Me gustaría volver a hablar con usted. Hay muchas cosas que no le dije y que podrían
interesarle. He experimentado siempre una emoción profunda al encontrar personas con un fin
en la vida y fuerza de voluntad para realizarlo. Estando con usted, sentí eso.
Hickock no escribía con la intensidad de su compañero. Con frecuencia se detenía para
escuchar el interrogatorio de los candidatos a jurado o contemplar los rostros que tenía a su
alrededor, especialmente y con evidente desagrado, la cara de Duane West, el fiscal que tenía
su edad, veintiocho años.
Pero su declaración, escrita con una estilizada caligrafía que recordaba la lluvia
inclinada, estuvo lista antes de que el tribunal suspendiera la vista hasta el día siguiente.
Intentaré contar todo lo que pueda de mi vida aunque los primeros años, hasta que
cumplí los diez, los tengo muy oscuros. En el colegio fui como todos los chicos. Tuve mi
parte de peleas, de chicas y todas las cosas propias de la edad. Mi vida familiar fue también
normal, pero como ya le conté no me dejaban casi salir de mi casa ni siquiera para ir a jugar
con mis compañeros. Mi padre fue siempre muy riguroso con nosotros, los hijos (yo y mi
hermano), en ese aspecto. También tenía que ayudarlo mucho en la casa... Sólo recuerdo una
vez que mi padre y mi madre tuvieron una discusión seria. Por qué era, no lo sé... Un día mi
padre me compró una bicicleta y creo que no habría en el pueblo otro chaval más orgulloso
que yo. Era una bici de chica y él me la convirtió en una de chico. La pintó toda y parecía
nueva. De pequeño tenía montones de juguetes, muchos considerando la situación económica
de mis padres. Fuimos siempre eso que se llama medio pobres. Nunca nos arruinamos del
todo, pero varias veces estuvimos a punto. Mi padre trabajaba mucho y hacía cuanto podía
para que en casa no faltara nada. Mi madre también trabajaba sin descanso: la casa estaba
siempre impecable y nosotros teníamos toda la ropa limpia. Recuerdo que mi padre usaba una
de esas gorras planas pasadas de moda y me obligaba a usar una y a mí no me gustaban... En
bachillerato iba estupendamente bien: los dos primeros años tuve buenas notas. Pero luego
empecé a bajar un poco. Me eché una novia. Era una buena chica y nunca intenté meterle
mano, sólo besarla. Fue algo muy limpio... Yo tomaba parte en todos los deportes y tuve
nueve premios: basket, rugby, atletismo y baseball. El último año fue el mejor. No tenía chica
fija, prefería no limitarme. Fue entonces cuando por primera vez tuve relaciones con una
chica. Claro que a los demás chicos les decía que había tenido mujeres a montones... Dos
universidades me ofrecieron matrícula gratis con tal de que jugara en sus equipos, pero no
llegué nunca a la universidad. Cuando terminé la segunda enseñanza, entré a trabajar en los
ferrocarriles de Santa Fe y trabajé hasta que llegó el invierno y me despidieron. En la
primavera siguiente encontré empleo en la Roark Motor Company. Hacía cuatro meses que
trabajaba allí cuando sufrí un accidente conduciendo un coche de la compañía. Pasé varios
días en el hospital con heridas graves en la cabeza. En aquellas condiciones no pude encontrar
otro empleo, así que estuve en paro casi todo el invierno. Mientras tanto había conocido a una
chica y me había enamorado. Su padre era un predicador baptista y no quería que saliera con
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