quitaron la escopeta. ¡Qué contento me puse de que se la quitaran!... Eso es casi lo único que
recuerdo de cuando vivíamos en Fort Bragg. (¡Oh! Nosotros los chicos saltábamos desde el
henil, con un paraguas abierto, sobre un montón de heno que había en el suelo)... Mi recuerdo
siguiente es de varios años después, cuando vivíamos en ¿California, Nevada? Recuerdo un
odioso episodio entre mi madre y un negro. En verano, nosotros los niños dormíamos en la
galería. Una de nuestras camas estaba justo debajo de la habitación de mis padres. Cada uno
de nosotros había mirado por la cortina entreabierta y había visto lo que estaba pasando. Papá
había contratado a un negro (Sam) para que trabajara en la granja, haciendo un poco de todo
mientras él trabajaba en otra parte, en la carretera. Por la noche llegaba tarde, en su viejo
camión. Yo no recuerdo cómo se desencadenaron los acontecimientos pero supongo que papá
sabría o sospecharía lo que pasaba. Terminó con que papá y mamá se separaron, y mamá nos
llevó a los chicos a San Francisco. Se escapó con el camión de papá y todos los recuerdos que
él había traído de Alaska. Creo que eso fue por 1935... En San Francisco siempre estaba
metido en líos. Iba con una pandilla en la que todos eran mayores que yo. Mi madre estaba
siempre borracha, nunca en condiciones de proporcionarnos las cosas y cuidados que
necesitábamos. Yo era tan libre y salvaje como un coyote. No había reglas ni disciplina, ni
nadie que me enseñara a distinguir el bien del mal. Iba y venía a mi antojo, hasta la primera
vez que me metí en un lío. Fui de un correccional a otro muchas veces por escaparme de casa
y robar. Recuerdo uno. Tenía los riñones flojos y mojaba la cama todas las noches. Me
humillaba mucho pero no podía controlarme. La gobernanta me pegaba muy fuerte, me
insultaba y se burlaba de mí delante de los demás chicos. Venía a todas horas durante la noche
para ver si había mojado la cama. Me destapaba y me pegaba furiosa con un gran cinturón de
cuero negro, me agarraba del pelo para sacarme de la cama, me llevaba arrastrado hasta el
cuarto de baño, me metía en la bañera, abría el grifo del agua fría y me ordenaba que me
lavara, yo y las sábanas. Cada noche era una pesadilla. Luego le pareció muy divertido
ponerme una pomada en el pene. Era casi insoportable. Quemaba como fuego. Más tarde la
despidieron del empleo. Pero eso no me hizo cambiar de idea, acerca de lo que me hubiera
gustado hacerle a ella y a toda la gente que se burlaba de mí.
Entonces, como el doctor Jones le había dicho que tenía que entregar la declaración
aquella misma tarde, Smith pasó a la primera adolescencia y a los años que había pasado con
su padre, recorriendo el Oeste y el Lejano Oeste buscando oro, atrapando animales, haciendo
trabajos ocasionales.
Yo quería a mi padre pero había veces en que cariño y afecto goteaban de mi corazón como
agua sucia. Siempre que se desentendía de mis problemas. Cuando se negaba a darme un poco
de consideración, de voz, de responsabilidad. Tuve que alejarme de él. Cuando tenía dieciséis
años, me alisté en la Marina Mercante. En 1948 entré en filas, el oficial de reclutamiento me
dio una oportunidad y me puso más nota en mi examen. Entonces empecé a darme cuenta de
la importancia de l