A SANGRE FRIA | Page 163

cepillarse los dientes tres y cuatro veces al día, afeitarse y ducharse, casi con la misma frecuencia. Y mantenía la celda, que contenía un retrete, una pila de ducha, un catre, una silla y una mesa, tan pulcra como su persona. Estaba orgulloso del cumplido que la señora Meier le dedicó. -¡Hay que ver! -había dicho señalando su catre-. ¡Hay que ver esa manta! Se podrían botar monedas. Pero era en la mesa donde pasaba la mayor parte de sus horas. Allí comía, era allí donde se sentaba a hacer croquis y bocetos de Red, a dibujar flores, el rostro de Jesús y rostros y torsos de mujeres imaginarias y allí también donde, en papel rayado barato, hacía anotaciones, a modo de diario, de los acontecimientos, día a día. Jueves, 7 de enero. Vino Dewey. Trajo un cartón de cigarrillos. También copias a máquina de la declaración para que las firmase. Me negué. La «Declaración», documento de setenta y ocho páginas que él había dictado al taquígrafo del tribunal del condado de Finney repetía lo que ya había admitido ante Alvin Dewey y Clarence Duntz. Dewey, hablando de su encuentro con Perry Smith aquel día, recordó que se había sorprendido mucho cuando Perry se negó a firmar la declaración. -No tenía importancia: yo podía servir de testigo en el proceso respecto a la confesión oral hecha por él a Duntz y a mí. Y, por supuesto, Hickock nos había dado una confesión firmada estando aún en Las Vegas, aquella en que acusaba a Smith de haber cometido los cuatro asesinatos. Sentía curiosidad y le pregunté a Perry por qué había cambiado de opinión. Y me respondió: "Todo lo que dice mi declaración es exacto, excepto dos detalles. Si me deja que los corrija, entonces la firmaré." No me era difícil imaginar los detalles a que se refería. Porque la única diferencia importante entre su declaración y la de Hickock era que Perry negaba haber dado muerte a los Clutter él solo. Hasta ahora había jurado que Hickock había matado a Nancy y a su madre. »Y no me equivocaba; eso era lo que pretendía hacer: admitir que Hickock había dicho la verdad y que él, Perry Smit