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jUAN COLÍN MÉXICO
Me dijo que un día después de estar ella de 10.00 a 20.00 horas trabajando en su negocio, llegó a casa con su esposo y sus tres hijos estaban cada uno con su computadora ¡chateando! Se enojó les desconectó el equipo y les dijo que cuando menos esperaba que en lo sucesivo le respondieran al saludo de buenas noches. Patricia una ex alumna mía me confío que tiene también tres hijos y que cuando los domingos salen en familia a comer a algún restaurant, antes de iniciar el recorrido y en la camioneta les dice a sus hijos: “a ver, todos entréguenme su celular” y dice que las protestas inician con el “Ay mamá”, pero ella se mantiene firme.
Ni que decir de las famosas redes sociales. Todo mundo quiere estar en Facebook, Twitter y demás páginas de internet. Aquí se exponen las vidas de todos y ello pareciera darles derecho de inmiscuirse en la privacidad de los que se incorporan a este medio de comunicación. ¿Cuánto tiempo pasa una persona revisando sus correos electrónicos? Sólo Dios sabe, pero debe ser muy aburrido estar siempre frente al equipo descubriendo cuanta basura hay en lo que se recibe por correo. Y luego algunos como los famosos se quejan de que los demás interfieran en sus vidas y terminan borrando sus páginas de internet.
Los celulares y los equipos de cómputo son excelentes, cuando se les emplea para fines de estudio y de trabajo honesto. Pero cuando son utilizados con fines aviesos, entonces recibimos la llamada de un “sobrino” que se encuentra en Estados Unidos y que según quien llama lo tienen secuestrado hasta que nosotros no depositemos “x” cantidad de dinero en la cuenta que nos indiquen. Peor aún, las famosas redes de pederastia que se enriquecen con los datos que todos los ingenuos dan sobre sus pequeños hijos e hijas para que todo mundo los conozca y vean que “guapos” son, representan una oportunidad a la mano para aquellos que se dedican a la trata de personas.
Una última historia que no tiene que ver con celulares, ni computadoras, ni mucho menos con iPod o IPhone. Cierta ocasión mi mujer me pidió que le acompañara a comprar unos tramos de listón y unos seguros de los que se utilizan en casa para costura. El importe de cada uno era: listones $ 3.50 seguros $ 4.00 de repente la jovencita que estaba haciendo la nota se alejó de la mesa y cuando regresó traía ¡una calculadora en la mano!, es decir para sumar dichas cantidades tenía que apoyarse en una calculadora. ¡Increíble! Claro está que yo pienso que si puede hacerlo sin el artefacto, pero su dependencia de la maquina ya la robotizó y hasta para realizar esa pequeña suma ahora no confía en su inteligencia. Mucho se lo debemos a la maestra Gordillo. ¿Será maestra?