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“Aquí los esperamos, familia, a las ocho de la noche arranca la función. Un acto moral, sano, recreativo para todos”. Anuncia una voz vibrante que se escapa de una carpa de circo curtida y remendada de no más de 10 metros de altura. A las afueras de esa carpa, hay otra de menor tamaño, compuesta por retazos de banners de vinil que sirve de lobby al Circo Rossy, un circo que desde hace diez años realiza estaciones en barrios marginales de Managua.
-A solo 10 cordobitas la entrada niños y a 15 los adultos- insiste la voz que parece inflar la carpa cada vez que habla– recuerde que a las ocho arranca la diversión-.
Son las 7 y 10 de un martes de agosto. El circo está situado este mes en el barrio Farabundo Martí, en un parquecito destruido, rodeado por varias casas sin sonrisas y sin futuro. El portón oxidado del circo está cerrado, pero en el lobby un travesti y una adolescente de ademanes silenciosos arman el puesto de venta: Mangos, jocotes, tortillitas, cigarros, palomitas y hotdogs hechos con unas raquíticas barras de pan.
Al adentrarse en la carpa un esqueleto de reglas de madera se expande alrededor del lugar, formando los asientos para el público. Dentro, hay cuatro torres coronadas por bujías que medio alumbran la pista de actuación.
Media hora antes del inicio de la función el circo sigue
vacío. Solo la música a todo volumen que se escapa de unos parlantes a punto de reventar, puebla el espacio. De pronto, una luz azul-rojiza parpadeante se cuela por los poros de la carpa curtida. Una manada de perros desnutridos, amarrados a uno de los soportes de la carpa, se inquieta y comienzan a ladrar.
Los artistas del circo, recién bañados, salen en toalla a asomarse a la calle. La cuadra se llena de mirones. De las casas se asoman cabezas curiosas.
Suena la sirena policial y neutraliza la música del circo. Tres patrullas de la brigada anti drogas de la Policía Nacional se parquean bruscamente a un lado de la carpa y los agentes encañonan a tres sujetos de mala pinta. Los registran por más de diez minutos y no les encuentran nada. Los dejan en libertad.
-La taquilla ya está abierta, familia. Acérquense a comprar los boletos - .
La voz vuelve a vibrar y su eco viaja por las callejuelas del barrio. Al poco tiempo, tímidamente, la gente se amontona a la entrada del circo.
La mayoría son niños. La verja que hace de portón se abre. La maquinita de palomitas, llena de grasa por todos lados, explota los granos de maíz y una pareja llega a la puerta del circo a comprar sus boletos. Ambos llaman la atención porque tienen sus brazos colmados de tatuajes.
Al ver el goteo de gente que invade las graderías, los artistas empiezan a vestirse…
WILFREDO MIRANDA NICARAGUA
EL CIRCO ROSSY
Uno de los payasos del Circo Rossy.