2 Generaciones Número 6 | Page 20

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SOFÍA GARCÍA CRUZ MÉXICO

El tema de este número me llamó poderosamente la atención y me llevó a recordar que hace algunos años fui invitada a visitar la Ciudad del niño Don Bosco en León, Guanajuato, en donde albergan a gran cantidad de niños que aceptaron formar parte de esta comunidad con la única condición de que tenían que estudiar y seguir el reglamento de esa institución. Este lugar está auspiciado por el grupo Salesiano, que además cuenta con otras casas orientadas a la edad y al grado de estudios de cada niño. Entre ellas está; Patio, Valdoco. Si les interesa profundizar en este tema pueden consultar en la página de internet.

Era una tarde lluviosa en la que se preparaban para celebrar el 15 de septiembre, (fecha importante para todos los mexicanos pues se conmemora la Independencia de México), y del auditorio en donde se llevaría a cabo la fiesta llegaba una gran algarabía, que me hizo pensar en la alegría que definitivamente les proporcionaba a los pequeños y que estaban dispuestos a disfrutar.

El lugar era bastante grande, pues éramos como 500 personas (entre adultos y niños). Había espacio suficiente para las mesas alargadas, sillas y los puestos de antojitos mexicanos que habían sido expresamente preparados para adquirirlos mediante un número equis de boletos, y se manejaban como si fuera dinero constante y sonante. A cada niño le dieron su dotación de estos boletitos y a una señal podían pasar al área de alimentos a comprar lo que mejor les complaciera, al fondo se podía observar a todos los niños reunidos platicando emocionados pues la música ambiental se prestaba para estar todos animados y felices.

Pues les comentaré que al llegar a este lugar, como había una mesa desocupada rápidamente la ocupé y me dispuse a divertirme entre la música, el ruido de los niños y los bailes que curiosamente interpretaban, pues en cuanto empezaba la melodía todos corrían y se formaban en grupos como si fueran a marchar, y así podíamos ver desde los más pequeños hasta los adolescentes practicando sus mejores brincos, pasos, contorsiones y todo aquello que utilizamos para bailar.

Después de unas horas, a una señal ( silbatazo) corrieron todos a comprar y yo me quedé en mi mesa esperando a mi acompañante y observando a la comunidad en pleno degustando tan suculentos manjares, cuando de repente veo que ponen frente a mi una guacamaya ( pan relleno de chicharrón y bañado en salsa de jitomate) y volteo a ver quien me daba aquello. Era un niño no mayor de 9 años que traía cargando en la espalda una mochila y me decía ¡come!, ¿qué? le dije, y me volvió a repetir ¡come!. Sin esperar respuesta se fue corriendo. A los pocos minutos llegó mi acompañante y le platiqué lo sucedido y me dijo discretamente, cómetelo, pues este niño te está observando, y como se percató de que estabas sola pensó que tenías hambre, y gastó algunos de sus boletos para darte de comer. De reojo lo pude ver detrás de una columna observando que yo comiera, y debo decir con toda la pena del mundo que al morder la Guacamaya me “enchilé pues la salsa con la que estaba cubierta la hicieron con más chile que jitomate, y yo no podía hacer otra cosa pues mi anfitrión (el niño) no dejaba de verme y no podía desairarlo.

El convivir unas horas con los niños de la calle que viven en esta ciudad, me hizo recapacitar en la mecanicidad que existe entre nosotros, pues en nuestro diario vivir no nos preocupamos mas que de nuestro bienestar, sin voltear la cara para ver que estas criaturas, que necesitan de todos nosotros, son olvidados fácilmente cuando los encontramos en las calles, y a veces hasta nos molestamos con ellos. El detalle de darme de comer me movió las fibras internas, y no pude menos que reconocer la bondad y el deseo de compartir, así como de proteger a uno de los suyos, pues si estábamos conviviendo ya formaba parte del grupo.

pues la música ambiental se prestaba para estar todos animados y felices.

Pues les comentaré que al llegar a este lugar, como había una mesa desocupada rápidamente la ocupé y me dispuse a divertirme entre la música, el ruido de los niños y los bailes que curiosamente interpretaban, pues en cuanto empezaba la melodía todos corrían y se formaban en grupos como si fueran a marchar, y así podíamos ver desde los más pequeños hasta los adolescentes practicando sus mejores brincos, pasos, contorsiones y todo aquello que utilizamos para bailar.

Después de unas horas, a una señal ( silbatazo) corrieron todos a comprar y yo me quedé en mi mesa esperando a mi acompañante y observando a la comunidad en pleno

a mi acompañante y observando a la comunidad en pleno degustando tan suculentos manjares, cuando de repente veo que ponen frente a mi una guacamaya ( pan relleno de chicharrón y bañado en salsa de jitomate) y volteo a ver quien me daba aquello. Era un niño no mayor de 9 años que traía cargando en la espalda una mochila y me decía ¡come!, ¿qué? le dije, y me volvió a repetir ¡come!. Sin esperar respuesta se fue corriendo. A los pocos minutos llegó mi acompañante y le platiqué lo sucedido y me dijo discretamente, cómetelo, pues este niño te está observando, y como se percató de que estabas sola pensó que tenías hambre, y gastó algunos de sus boletos para darte de comer. De reojo lo pude ver detrás de una columna observando que yo comiera, y debo decir con toda la pena del mundo que al morder la Guacamaya me “enchilé pues la salsa con la que estaba cubierta la hicieron con más chile que jitomate, y yo no podía hacer otra cosa pues mi anfitrión (el niño) no dejaba de verme y no podía desairarlo.

¡COME!, FUERON LAS PALABRAS DEL NIÑO