Momentos en que quisieras ser Invisible
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Cierto día descubrí que estaba riendo a mandíbula batiente, recordando una anécdota por demás penosa, pero simpática desde mi punto de vista. Entonces me puse a pensar ¿cuál es la razón por la que mis hijos me bromean diciéndome frases tales como “solamente a ti te pasan esas cosas o eres bien despistada"? Yo la verdad no me molesto porque me pongo a pensar y sinceramente siento que aunque haya vivido ciertas situaciones simpáticas y otras no tanto, he dejado algunos recuerdos en la mente de mi familia que nos hace sonreír al recordarlas.
Esta es una de mis tantas anécdotas: Tengo tres hijos y en el tiempo en que esto ocurrió mis hijos mayores tenían 7 y 5 años y mi hija menor apenas dos. Cierto día ellos llegaron del colegio felices pues terminaban el ciclo escolar y podíamos disfrutar de unas largas vacaciones en la ciudad de Oaxaca. Ahí vivían mi hermana mayor y mi cuñado, quienes siempre nos recibían con todo el amor que se puede albergar en el corazón de dos grandes personas. Como mi esposo no podía ir, ya estaba planeado que viajaríamos en el autobús. El recorrido duraría aproximadamente 10 horas, en ese entonces no había autopista y el camino sinuoso en época de lluvias era bastante peligroso.
Mis hijos estaban felices por que creían que su papi les había comprado un autobús para su viaje. Como era la primera vez que viajaban de esta manera, insistieron en llevar cada uno su almohada y así salimos todos rumbo a la central camionera.
Al abordar el camión la mitad de los asiento delanteros estaban ya ocupados. Nosotros nos instalamos en la parte derecha en cuatro asientos, dos para los niños delante de mi asiento y dos para mí bebecita y para mí. Junto a nosotros, del lado izquierdo, viajaba un matrimonio que venía del norte del país. Nuestros vecinos medían al menos 1.80m, nosotros somos del sur del país y difícilmente llegamos al 1.70 m, en una palabra somos bajitos. Pues bien, llegó la hora de partir y mis hijos inquietos solo querían que el autobús iniciara su marcha pero no pasaba nada. Pasaron 20 minutos y los pasajeros que supuestamente ocuparían la otra mitad del autobús no llegaban. Después de muchos reclamos hacia el conductor, de repente se subió una familia de aproximadamente 20 personas. Eran oriundos de algún poblado de la ciudad de Oaxaca y al parecer habían asistido a alguna especie de fiesta en el Distrito Federal. Por fin iniciamos el tan ansiado viaje, entre el ruido del motor y las voces de los pasajeros de atrás se escuchaba el llanto de un bebecito. Pensé que estaba enfermo por su manera de llorar, a estas alturas ya todos queríamos dormir pues supuestamente partíamos a las 21.00 hrs. y ya eran las 23.00 hrs. La joven madre (18 años a lo más) trataba de acunarlo en sus brazos, lo trataba de amamantar, lo mecía suavemente y nada que se callaba. Así duramos hasta más o menos las 24.00 hrs., mientras la suegra gritanba a pulmòn abierto: “Dale la chiche para que se calle, ese niño tiene hambre”. A lo cual la nuera toda “modosita “contestaba ya se la di pero no la quiere. Mis hijos cansados de tanto alboroto convirtieron sus asientos en sus aposentos para tratar de dormir. A mi niña la acosté poniendo su cabecita en mis piernas y el resto de su cuerpo sobre su asiento.