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Diagnósticos infames y cambios de Planes
“La vida dura un salto, quedarse, una muerte segura.
Éste era el momento y lo echaste a perder.
Tanto le temes que al fin sucede.”
Gustavo Cerati
Se dice que si quieres hacer reír a Dios le cuentes tus planes, y yo me imagino a Dios bien divertido y risueño porque no hay alguien que no haga planes por lo menos una vez en su vida. Pero una cosa son los planes que uno tiene y otros muy distintos los que Dios o la vida tienen para cada persona que habita este mundo. Pienso que en hacer planes esta el error, porque planear requiere, en primer lugar, seguridad, seguridad de que se cuenta con los recursos necesarios y sobre todo tiempo para poder ver realizados esos planes y, lamento decir, que de tener tiempo nadie deberíamos estar seguros, porque ahora estoy aquí sentada escribiendo y al rato… ¡quién sabe! Y no lo digo en plan fatalista, más bien muy realista.
Ahora bien, tampoco estoy diciendo que no hagamos planes y que vivamos así sin más, desesperanzados y abandonados a ver qué sucede. Es nuestra naturaleza hacer planes por el anhelo que tenemos de vivir largo tiempo, pero hay que ser flexible y humilde para aceptar ese apretón de tuerca que de pronto las circunstancias nos obligan a dar. Hay quienes hacen planes y en un abrir y cerrar de ojos tienen que rehacer su vida, hacer nuevos planes. Personas que se adaptan al cambio y que entienden el clásico “nada es para siempre”. Pero, por otro lado, hay personas que al ver que sus planes no han llegado a buen término, automáticamente se dan por derrotados a causa del apego que se tiene a la creencia de que todo debe ser cómo nosotros lo determinamos y, si no se da así, le abren la puerta a la frustración y al repartir culpas.
Para planear se necesita de una meta, sin embargo, cuando somos niños, nadie nos habla de esto. Es, tal vez, por eso que divagamos un poco en cuanto a lo que queremos ser de grandes. Todavía no están muy claras nuestras propias habilidades y aptitudes. Lo peor sea, quizás, que no tenemos quién enseñe a moldear nuestra actitud.
Hay cosas que uno planea y con esfuerzo, persistencia y una buena actitud se acaban dando. Pero también hay cosas que uno no planea y suceden; cuando tuve mi primer grupo de amigos, planeamos estar juntos hasta que nos hiciéramos viejos y uno de ellos falleció llevándose consigo no solo los planes, también hizo evidente nuestra debilidad.
Cada quién tomó su rumbo sin voltear hacia atrás y dando por terminada la amistad. Después, cuando tuve a un novio al que quise mucho, yo ya me veía casada y hasta con un hijo, pero me cortó por medio de un mensaje telefónico en vista de que su otra novia, a la cual obviamente yo ni olía siquiera, estaba embarazada y además era de su religión, convirtiéndose en su prioridad. Con ello, en mis planes dejó de aparecer la palabra pareja, novio, mucho menos esposo. Yo nunca planeé que mi mejor amigo de la adolescencia se convertiría, quince años después, en mi novio, y ahora estoy viviendo el noviazgo que nunca planeé, pero siempre había deseado. Total, que son muy pocos los planes que se convierten en una realidad y más los que cambian el rumbo.