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Esta niña tiene Aptitudes - Merçé Sànchiz
Desgraciadamente tengo memoria de pez, como dice mi sobrino y, aunque estoy segura de que habrá muchos libros o canciones o personas que me hayan hecho cambiar de opinión o ayudado a entender alguna cosa, o a cambiar de rumbo, en estos momentos de lo único que puedo hablaros es de algo muy, muy antiguo -fijaros que podría tener yo unos siete años-.
Por ese entonces, yo me pasaba el tiempo bailando y disfrazándome siempre que podía y el día que, en una fiesta del colegio, me pusieron un tutú para la representación de final de curso, fue para mí algo grandioso.
Ante esa inclinación tan evidente, mi tío-abuelo que era pianista, me llevó a la Escuela Oficial de Danza de Barcelona para que me hiciera una prueba el Director que era conocido de él. Cuando terminé de hacer las cuatro tonterías que sabía el hombre le dijo a mi tío: esta niña tiene aptitudes, puedes matricularla en la escuela cuando quieras.
Pero, ¡ay!, los tiempos no eran como los actuales. En mi familia se consideraba que una mujer que se dedicara a cualquier actividad artística o tenía que ser un genio o terminaba siendo una … diremos, mala mujer. Y no permitieron que entrara en la Escuela de Danza.
Por supuesto no recuerdo ni la cara ni el nombre de ese Director, pero si he recordado siempre sus palabras: esta niña tiene aptitudes, e incluso el pequeño estudio donde me hizo la prueba.
Podéis imaginar mi disgusto, mis lágrimas y mi insistencia, que no consiguieron ablandar a mis padres. Así que durante muchos años tuve que conformarme con aprovechar todas las oportunidades que se me brindaban de hacer lo que me gustaba: escribía alguna de las funciones de final de curso, iba con toda la familia a bailar y cantar folklore de mi tierra, incluso hice algún curso de solfeo y piano, gané un premio en unos juegos florales para jóvenes...
Pero yo quería más. Yo quería dedicar mi vida a la creatividad y por tanto recibir la enseñanza necesaria para ello. Tuve que esperar a los dieciocho años, ponerme el mundo por montera, pelearme con mi familia y matricularme en el Instituto del Teatro de mi ciudad, al que acudía de siete a diez de la noche, después de mi jornada laboral, puesto que empecé a trabajar a los 14 años. Por supuesto las broncas en casa eran continuas y desagradables, pero ya no tenía siete años, tenía dieciocho y, todo hay que decirlo, era muy, muy cabezona y valiente, nadie ya podía pararme.
Así fue, como llegué a ser actriz, directora de teatro, escritora y pasé los años más felices de mi vida trabajando en lo que era mi vocación, eso sí, la danza ya no pudo ser, puesto que es una disciplina en la que hay que empezar muy temprano.
Estoy convencida de que las palabras de ese hombre fueron en alguna medida algo que se quedó grabado en mi conciencia, y que me ayudaron a no hacer caso a los prejuicios, y seguir siempre pensando en subir a un escenario y demostrar que era así, que esa niña tenía aptitudes, o al menos que podía hacerlo y, sobre todo, que me hacía feliz hacerlo.
Ni me ha importado ni me importa, la fama, o el dinero, lo único que me ha importado y sigue haciéndolo es crear historias o representarlas, disfrutar creándolas y compartiéndolas con aquéllos o aquéllas que quieran hacerlo. Y espero que sea así para siempre.