2 Generaciones Número 3 | Page 21

En cuanto entre al consultorio la doctora me dijo que ya había hablado con su esposo, reviso los resultados y me dijo es grave, muy grave, tienes un tumor. Es urgente operar, me explico tantas cosas, que perdí la noción del tiempo y deje de escucharla, fue como si el mundo se hubiese detenido. Estaba en shock, salí del consultorio como un zombi, me subí al coche, tome una ruta corta para llegar lo más rápido posible a casa, pero cuando pase un tope, fue como si en ese momento todo cayera sobre mí. Me detuve y empecé a llorar desconsoladamente, no lo podía creer, mi vida estaba a punto de acabar. ¿Por qué yo? ¿Qué había hecho mal? Era noche buena, ¿que iba a hacer? Después de desahogarme, continúe mi camino y decidí no decir nada, no era capaz de echarles a perder la noche a los demás. Aunque esa misma noche tuve una crisis de dolor, en la cocina, nadie se enteró.

Guarde el secreto, y deje que pasaran las fiestas de fin de año.

Llego el año 2000, con todas las expectativas que la gente genera para un nuevo ciclo. Sin embargo, yo me sentía cada vez más cansada y más triste. Cuando decidí contarle a mi novio lo que me ocurría, me entere por “casualidad” que había embarazado a alguien y se iba a convertir en padre. Así, en esas vueltas que da la vida, no solo estaba a punto de perder la vida, sino que también había perdido todo interés por continuar en ella.

Fueron tiempos duros, sentía rabia contra Dios, creía que no merecía lo que me ocurría, que era una injusticia, que no solo Dios no me quería sino que me odiaba. Pero todo es como tiene que ser. Afortunadamente siempre hay alguien que da luz al camino.

Continúa pág.: 22

3 Señales