2 Generaciones Número 10 | Page 36

Yo siempre he estado de acuerdo con aquello de tener cuidado con lo que se pide, pues al hacerlo se debería estar consciente de la responsabilidad que conlleva. Tal vez no me lo crean, pero hace mucho tiempo ya, pedí a Dios un regalo. Dicha petición tenía que ver con la sensibilidad auténtica, alejada de falsos dramatismos. Y es que ya estaba cansada de mi vida de quejas, de pensar y sentir que era invisible, que nadie me quería. Ya saben, esa etapa donde nos contaminamos con pensamientos negativos y donde nos regodeamos en nuestra propia miseria. En mi defensa he de decir, que me considero una mujer sumamente sensible, igual me conmuevo hasta las lágrimas con un cuadro de Frida Kahlo, que con un bolero y sin necesidad de estar alcoholizada, ¡aclaro!

Pero la causa de mi petición tenía raíz en eventos que podrían ustedes considerar ajenos a mi entorno. La verdad es que, a riesgo de que me tachen de loca o de otra cosa peor, no me da pena alguna confesar que me afectan en demasía eventos de violencia, crímenes de lesa humanidad que ocurren lejos de mi territorio, pero que me tocan el corazón de manera avasalladora. Me rebelo completamente ante ello y lo hago público. Es algo que he tenido que controlar, saber que la impotencia no me lleva a ninguna parte, y comprender, por otro lado, que conmigo puede comenzar el cambio, que mi granito de voluntad puede mover olas más tarde. Tengo la esperanza cierta de que hay muchos más humanos que sienten lo que yo, y que desde su lugar encienden la luz, mueven su propia conciencia, haciendo eco en por lo menos otro ser humano.

Sé que si no cambia mi pensamiento, mi sentir no se moverá y mi actuar será totalmente incoherente, sin dirección.

Por eso creo que es importantísimo vivir a tope, con todos los sentidos, cada uno de los momentos de la vida, sin restringir el llanto, sin contener la emoción, porque ya la tragué alguna vez y me llevó a sentir insatisfacción y pobreza.

Ya pasó mi tiempo de salir a la calle con un cartel retando a la autoridad, ya quedo atrás el grito desgarrado con la ofensa en la lengua, ya no recorro las calles repartiendo volantes a favor de alguna causa ciudadana, y de ninguna manera me arrepiento, ni mucho menos creo que eso tenga algo de malo, simplemente hay ciclos que hay que dejar atrás y evolucionar

ANA HERNÁNDEZ