Otoñales en primavera
L
a Naturaleza despierta del letargo invernal. El día amanece radiante en Madrid.
Adonis, después de su aseo personal, mira complacido su figura en el amplio espejo, retoca el mechón de cabello que aparenta ser rebelde, y sonríe satisfecho. No se le puede pedir más a sus setenta años. De buena estatura, fornido, pero no grueso, de abierta sonrisa y ojos profundos, goza de un lugar preferente en ciertos círculos femeninos. Adonis no las tiene todas consigo en algunos terrenos, por lo que rehuye estas tertulias donde ciertas mujeres ya le han puesto en más de un compromiso y están claras sus aspiraciones.
Hombre que vive el momento, con el dinero que escatima a sus obligaciones familiares, mariposea de viuda liberada, a soltera tímida, pasando por casada insatisfecha incluyendo escapada con una cubana ardiente, que lo deja contra las cuerdas de su capacidad económica y sexual.
Ahora elude el cuerpo a cuerpo y se conforma con hacer sus insinuaciones en discotecas y cafeterías, y no duda en abordar con una frase galante a una mujer que por su imagen la considera adecuada para un galanteo intrascendente. Ya no desea pasar a mayores.
Desde que fue obligado por el juez a abandonar su hogar en favor de su esposa, las cuentas no le salen: la hipoteca del modesto apartamento que habita, la cuota del club, los plazos del coche, la cena de los viernes con los amigos; porque ¡hay que alternar! Alguna visita al casino por darle una oportunidad a la suerte.
Echa una última mirada de aprobación al espejo, coge el sobre que dejará en la gestoría, y sale precipitado a la calle.
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