una noche de verano en el momento del crepúsculo; era una joven muy hermosa,
de diecisiete años de edad, y se disponía a coger flores del jardín, pero de pronto
llegó corriendo, aterrada, hasta el salón donde estaba su padre, a quien le dijo:
-¡Ay, querido padre, me he encontrado conmigo misma!
Él la cogió en sus brazos y le dijo que todo era una fantasía, pero ella replicó:
-¡Oh, no! Me encontré conmigo en el camino ancho, y yo estaba pálida, y recogía
flores marchitas, y giraba la cabeza y las levantaba!
Y aquella noche murió la joven; y se empezó a hacer un cuadro con su historia,
pero no se terminó nunca, y dicen que ha estado hasta hoy en algún lugar de la
casa, con el rostro vuelto hacia la pared.
O la historia del tío de la esposa de mi hermano, que volvía a casa cabalgando al
atardecer de un hermoso día y en una calle arbolada cercana a su casa vio a un
hombre de pie ante él en el centro mismo de la estrecha calzada.
«¿Qué hace ese hombre del manto ahí parado?», pensó. «¿Quiere que pase con
el caballo por encima de él?»
Pero la figura no se movió. Al verlo tan quieto tuvo una sensación extraña, pero
siguió avanzando, aunque aflojando el trote. Cuando estuvo tan cerca que llegó a
tocarlo casi con el estribo el caballo se asustó y la figura se deslizó hacia arriba,
hasta la acera, de una manera curiosa y nada natural: hacia atrás, sin que
pareciera utilizar los pies, hasta que desapareció. El tío de la esposa de mi
hermano exclamó:
-¡Por el Dios de los cielos! ¡Si es mi primo Harry, el de Bombay!
Espoleó al caballo, que de pronto se había puesto a sudar profusamente, y
extrañándose de tan rara conducta dio la vuelta para dirigirse hacia la fachada de
su casa. Cuando llegó allí vio la misma figura, que pasaba en ese momento junto
!9