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En fin: llegó el momento de acostarse, y mientras yo levantaba la mesa colocada delante de la chimenea, ella se desnudó vivamente y se deslizó entre las sábanas. Mis vecinos hacían un ruido infernal, riendo y cantando como locos, y yo pensaba:“ He hecho bien en ir a buscar a esta hermosa muchacha. No habría sido posible trabajar de ningún modo”.
Un quejido profundo me hizo volver la cabeza.—¿ Qué tienes, querida?
No respondió, pero siguió suspirando dolorosamente, como si sufriera de una manera horrible.
—¿ Estás indispuesta?— le pregunté.
Entonces lanzó un grito, un grito espantoso. Me precipité hacia ella con una bujía en la mano. Su fisonomía estaba descompuesta por el dolor. Se retorcía las manos y salían de su garganta gemidos sordos como el estertor de un agonizante. Aturdido, yo le preguntaba:
—¿ Qué tienes?
No respondía y comenzó a dar alaridos. De pronto, las vecinas callaron y se pusieron a escuchar lo que pasaba en mi habitación.
—¿ Qué tienes? Dímelo— repetía yo—. ¿ Qué te duele? Entonces balbuceó:—¡ Oh, mi vientre, mi vientre! Levanté sus ropas y vi … Aquella mujer, amigos míos ¡ estaba dando a luz!
Entonces, con la cabeza perdida, fui hacia la pared de mi cuarto y empecé a dar puñetazos gritando con todas mis fuerzas:
—¡ Socorro, socorro!
La puerta se abrió y se precipitó en mi cuarto una multitud de hombres vestidos de frac, mujeres escotadas, pierrots, turcos, mosqueteros. Esta invasión me enloquecía de tal
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