10 cuentos clásicos de navidad vol. I | Page 19

"Decidle que venga mañana sin falta", repuso el gigante. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y hasta entonces no le habían visto nunca. Y el gigante se quedó muy triste. Todas las tardes a la salida del colegio venían los niños a jugar con el gigante, pero éste ya no volvió a ver el pequeñuelo a quien quería tanto. Era muy bondadoso con todos los niños, pero echaba de menos a su primer amiguito y hablaba de él con frecuencia. "¡Cómo me gustaría verle!" solía decir. Pasaron los años y el gigante envejeció y fue debilitándose. Ya no podía tomar parte en los juegos; permanecía sentado en un gran sillón viendo jugar a los niños. "Tengo muchas flores bellas" decía, "pero los niños son las flores más bellas". Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la ventana. Ya no detestaba el invierno; sabia que no es sino el sueño de la primavera y el reposo de las flores. De pronto se frotó los ojos, atónito, y miró con atención. Realmente era una visión maravillosa. En un extremo del jardín había un árbol casi cubierto de flores blancas. Sus ramas eran todas de oro y colgaban de ellas frutos de plata; bajo el árbol aquél estaba el pequeñuelo a quien quería tanto. El gigante se precipitó por las escaleras lleno de alegría y entró en el jardín. Corrió por el césped y se acercó al niño. Y cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó: " ¿Quién se ha atrevido a herirte?". En las palmas de la mano del niño y en sus piececitos veían las señales sangrientas de dos clavos. !19