de él. "Sube ya, muchacho", decía el árbol. Y le alargaba sus ramas, inclinándose todo lo
que podía, pero el niño era demasiado pequeño.
El corazón del gigante se enterneció al mirar hacia afuera. "¡Qué egoísta he sido!",
pensó. "Ya sé por qué la primavera no ha querido venir aquí. Voy a colocar a ese pobre
pequeñuelo sobre la cima del árbol, luego tiraré el muro, y mi jardín será ya siempre el
sitio de recreo de los niños". Estaba verdaderamente arrepentido de lo que había hecho.
Entonces bajó las escaleras, abrió nuevamente la puerta y entró en el jardín. Pero cuando
los niños le vieron, se quedaron tan aterrorizados que huyeron y el jardín se quedó otra
vez invernal. Únicamente el niño pequeñito no había huído porque sus ojos estaban tan
llenos de lágrimas que no le vio venir. Y el gigante se deslizó hasta él, le cogió
cariñosamente con sus manos y lo depositó sobre el árbol. Y el árbol inmediatamente
floreció, los pájaros vinieron a posarse y a cantar sobre él y el niñito extendió sus brazos,
rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó. Y los otros niños, viendo que ya no era
malo el gigante, se acercaron y la primavera los acompañó. "Desde ahora éste es vuestro
jardín, pequeñuelos", dijo el gigante. Y cogiendo un martillo muy grande, echó abajo el
muro. Y cuando los campesinos fueron a mediodía al mercado, vieron al gigante jugando
con los niños en el jardín más hermoso que pueda imaginarse.
Estuvieron jugando durante todo el día, y por la noche fueron a decir adiós al gigante.
"Pero ¿dónde está vuestro compañerito?", les preguntó. "¿Aquel muchacho que subí al
árbol?". A él era a quien quería más el gigante, porque le había abrazado y besado.
"No sabemos",respondieron los niños; "se ha ido".
!18