Sembrador o El Maestro Rural, centenares de carteles, obras de teatro, libros de texto, folletos, “revistas, periódicos,
presentaciones de conferencias, exhibiciones cinematográficas y transmisión de programas radiofónicos”.74 A estos
medios se sumaron las obras de teatro guiñol, que complementaban el trabajo de los visitadores sanitarios a los
hogares, las campañas de vacunación y la propaganda. Eran parte de un amplio programa de educación higiénica que
trataba de convertir a las escuelas en centros de activismo pro-salud.
Las obras de guiñol reprodujeron de una u otra manera los principios que se habían publicado en el Código de moralidad
de los niños que concurren a las escuelas primarias, de 1925: tener buena alimentación, hacer ejercicio, dormir lo
suficiente, conservar limpios el vestido, el cuerpo y el espíritu, proteger la salud de los demás, desarrollarse con fuerza y
agilidad.78 Y coincidían también con los “Doce mandamientos de la higiene” publicados en El Maestro Rural, que
recomendaban dejar las ventanas abiertas en la noche para que entrara aire fresco en la casa, no escupir en el suelo de
los lugares públicos (“ya que de esta manera puede usted inconscientemente arrojar gérmenes de enfermedades
peligrosas”), limpiar el polvo del hogar (“donde hay polvo hay microbios”), no dejar ollas a la intemperie en la cocina
pues entrarían en ellas “la sucia mosca, las cucarachas y otras sabandijas”, cuidar los barriles de agua, comprar pan y
leche en lugares aseados, sacar la basura de la casa, evitar juntar agua en cortezas de coco o botellas, hervir la leche y el
agua.79
Así como los regímenes posrevolucionarios establecieron una guerra materialista contra los enemigos de la Revolución,
patrones explotadores o empresarios abusivos, también lo hicieron Esas ideas se tradujeron al lenguaje infantil en las
pláticas de Comino. En Láv ate la boca, Comino, de Germán List Arzubide, un pequeño ejército compuesto por el Cepillo
de dientes, la Pasta dentífrica y el Dentista, desarrolló una enconada ofensiva contra los microbios de la Piorrea, la
Fiebre Tifoidea y la Diarrea, que amenazaban arrancar los dientes a Comino y matarlo de enterocolitis o fiebre tifoidea.
El campo en el que se libraba esta batalla era la boca del títere, quien había acudido al dentista por un fuerte dolor de
muelas a consecuencia de no lavarse los dientes. El tono didáctico se enfatizaba a través de coros y bailables ejecutados
por los personajes de cada bando y amenizados con la música que tocaba el fonógrafo
En otra obra titulada Comino desaseado, el pequeño títere aparecía en el escenario sucio y lleno de parásitos. Según las
educadoras de los jardines de niños esa imagen servía para despertar en la infancia “hábitos de aseo”. Un personaje, El
Piojo, atemorizaba a los pequeños y les producía “miedo por sus dimensiones y ahora nadie quiere tener éstos animales
que en este lugar eran muy comunes.” Las representaciones tenían como objetivo impresionar “la imaginación de los
niños asistentes” por lo que, tanto el vestuario de los personajes como el escenario, se diseñaban con ese propósito.
Un pálido Comino sin ganas de jugar, comer o estudiar rompía con el paradigma de niños de mejillas sonrosadas y
“siempre contentos” que difundían los concursos de belleza infantil en la prensa del periodo. 82 En un jardín de niños de
Iztapalapa los alumnos habían escuchado esta obra con sumo interés respondiendo bulliciosamente a las preguntas que
les hacían los títeres.83 En ese texto el diagnóstico médico fue que a Comino se le había “empobrecido la sangre” por
falta de ejercicio, levantarse tarde y dormir con la ventana del cuarto cerrada. El tratamiento necesario eran sol, agua y
aire. Estos darían a Comino higiene, salud, fuerza, alegría, frescura, renovación sanguínea, luz y vida:
La obra concluía con la felicidad de Comino, que aparecía ya no pálido sino ruborizado, cantando la moraleja: “con mis
tres amigos, me siento feliz. Tengo mucha hambre y muchos deseos de estudiar, de ayudarte en tus trabajos. A ellos les
debo mi alegría”.85
La limpieza, la alfabetización, las matemáticas (un perro del circo le gana a Comino en una multiplicación) diferenciaban
a los seres humanos de los animales. Esta era la lección que dejaba Comino y los animales.
Otras obras aludieron a una de las enfermedades sociales más temidas del periodo: el alcoholismo, que era visto “como
una de las causas más serias del deterioro físico, mental y moral de los campesinos, lo cual además se traducía en bajo
72 Aréchiga, 2007, p. 73.
73 Ibidem, p. 72.
74 Gudiño, 2008, p. 72; Aréchiga, 2007, p. 70.
78 Aréchiga, 2007, p. 80.
79 “Los doce mandamientos de la higiene”, El Maestro Rural, 12, 1935, p. 27.
82 List Arzubide, 1997, pp. 96
83 AHSEP, Bellas Artes, Teatro, 71, 33/34, “Carta al jefe del departamento de Bellas Artes”, 30 de enero de 1934, f. 42.
85 Ibidem, p. 106.
rendimiento y nula productividad”.86 Junto con la sífilis y la tuberculosis, el alcoholismo preocupaba a los reformadores
higienistas revolucionarios porque incapacitaba a los adultos en sus edades más productivas, ponía en peligro la salud y
amenazaba la productividad de los niños mexicanos, ciudadanos y trabajadores del futuro. 87
Así, en la obra Comino combate al vicio, el personaje lidiaba exitosamente con el alcoholismo de su padre obrero.89
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