Digital publication | Page 12

Allí respondiera el moro,

bien oiréis lo que diría:

—Yo te lo diré, señor,

aunque me cueste la vida,

porque soy hijo de un moro

y una cristiana cautiva;

siendo yo niño y muchacho

mi madre me lo decía

que mentira no dijese,

que era grande villanía:

por tanto, pregunta, rey,

que la verdad te diría.

—Yo te agradezco, Abenámar,

aquesa tu cortesía.

¿Qué castillos son aquéllos?

¡Altos son y relucían!

—El Alhambra era, señor,

y la otra la mezquita,

los otros los Alixares,

labrados a maravilla.

El moro que los labraba

cien doblas ganaba al día,

y el día que no los labra,

otras tantas se perdía.

El otro es Generalife,

huerta que par no tenía;

el otro Torres Bermejas,

castillo de gran valía.

Allí habló el rey don Juan,

bien oiréis lo que decía:

—Si tú quisieses, Granada,

contigo me casaría;

daréte en arras y dote

a Córdoba y a Sevilla.

—Casada soy, rey don Juan,

casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene

muy grande bien me quería.

a Córdoba y a Sevilla.

—Casada soy, rey don Juan,

casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene

muy grande bien me quería.