Por otro lado, recordamos una conferencia de Paulo Freire, en el Centro Cultural Gral. San Martín, en donde expuso sobre lo que considera que son las virtudes más fundamentales del educador.
El educador Brasileño plantea como primera virtud “la coherencia”, coherencia entre el discurso que habla de la opción, y de la práctica que debería estar al servicio del discurso, confirmándolo. Es la virtud según la cual necesitan los docentes disminuir la distancia entre el discurso y la práctica.
Freire, afirma que la coherencia va desdoblándose y contestando a las demandas que la práctica va poniendo.
Otra de las virtudes mencionadas, es la de “aprender a luchar con la tensión entre la palabra y el silencio”. Entre la palabra del profesor y el silencio de los educandos, la palabra de los educandos y el silencio del profesor. Si uno no trabaja bien esta tensión puede que su palabra termine por sugerir el silencio permanente de los educandos.
Si el docente no sabe escuchar, ni testimoniar a los educandos qué es la palabra verdadera, si no es capaz de exponerse a la palabra de ellos, el mismo terminará discursando “para”. Vivir la tensión entre palabra y silencio significa “hablar con” para que los educandos también “hablen con”. Ellos tienen que asumirse como sujetos del discurso y no ser meros receptores de este.
Freire comenta en su discurso otra virtud, la de “trabajar en forma crítica la tensión entre la subjetividad y objetividad”, expresando que la subjetividad crea la objetividad, por lo tanto no hay que transformar el mundo sin la conciencia de las personas. La subjetividad cambia en el proceso del cambio de la objetividad. Yo me transformo al transformar.
Otra de las virtudes planteadas por el educador, hace referencia con “el aquí y ahora del educador, y el aquí y el ahora de los educandos”. Esta virtud se prolonga a la antes mencionada de vivir intensamente la comprensión profunda de la práctica y la teoría, como una unidad contradictoria. Esto de pensar que todo lo teórico y académico es malo, es falso y hay que luchar contra eso. La formación de los educadores es una de las mayores preocupaciones.
Una última virtud, entre “paciencia e impaciencia”, en donde el autor afirma que jamás se debe romper la relación entre ambas posturas porque si uno se rompe a favor de la paciencia cae en el discurso tradicional del quietismo. Y si rompemos esta relación dinámica en favor de la impaciencia, caemos en el activismo que olvida que la historia existe y entonces caemos en el idealismo subjetivista.
Y finaliza diciendo, que esta virtud de vivir la impaciente paciencia tiene que ver con la comprensión de lo real, con la comprensión de los límites históricos.