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La virtud es algo que se crea con los otros y no individualmente. Reflexionar sobre nuestras virtudes como educadores significa estar comprometidos con un sueño político por la transformación de la sociedad, en sentido de crearse socialmente para marchar hacia una sociedad más justa, como una cierta forma de ser, de encarar, comprender, comportarse, que uno crea a través de la práctica.

Son diversos los autores que hablan de las virtudes del educador. Entre ellos investigamos a dos de los más importantes.

LA VIRTUD DOCENTE

Por un lado, Otto Friedrich, quien en su momento hablo sobre tres virtudes que caracterizan a los educadores para ejercer de manera adecuada.

La primera virtud que menciona hace referencia al amor. Es únicamente es el amor el que puede hacer soportable para el niño esta intervención en su personalidad, por más justificada y necesaria que sea. Se trata de un amor de índole especial que habremos de comprender en su peculiaridad. El amor admira sin reparar en defectos. Le resulta imposible pensar en cambiar algo de la persona amada. El amor excluye la intención de transformar, toda intención pedagógica es sentida por la persona amada como traición al amor.

La educación ayuda a transformar al hombre, trata sencillamente de asistir al niño para que alcance un nuevo grado en su desarrollo. El educador con todo su amor y su visión de las posibilidades ideales latentes han de considerar al niño de manera realista con todas sus debilidades y defectos que continuamente pone en duda toda su educación.

Este amor resulta pedagógico solo si no transige débilmente frente a los defectos lamentablemente existentes en el niño, sino que, pese a toda su tolerancia, mantiene firmes las exigencias educativas.

Y con ello pasamos a considerar la segunda gran virtud del educador, la paciencia, el arte de saber esperar. A diferencia de otras virtudes que se desarrollan desde dentro de la persona, la paciencia ha de ser ganada a la tendencia natural a base de autodisciplina. Es por lo tanto una virtud pasiva. Se ejercita al vernos obligados a soportar una carga duradera. Y es tan difícil de aprender precisamente por que hay que procurarasela siempre de nuevo.

Cuando decimos que el educador tiene que tener paciencia con sus educandos, tiene que tener paciencia con sus debilidades, travesuras y malicias, sobre todo cuando recaen continuamente en las mismas faltas aún después de haber prometido de todo corazón no volverlo a repetir. La paciencia implica saber perdonar y tener fuerzas para empezar siempre de nuevo.

Y con ella llegamos a la tercera virtud del educador: la confianza. Solamente cuando creo que el niño es capaz de hacer algo, entonces es cuando este se cree realmente capaz y queda dispuesto a superar sus vacilaciones y miedos. De aquí la enorme importancia del estímulo en la educación, sí por el contrario muestra al niño que por principio no se le cree capaz de hacer algo, entonces se le quita la motivación y la energía. El niño se forma inconscientemente de acuerdo a la idea que el educador se hace de él. Si el educador lo considera sincero, ordenado, aplicado, leal, etc, entonces ello despierta también en el niño las cualidades correspondientes, tal como el educador espera de él.

Otto Friedrich