ZOUK MAGAZINE (Versión en Español) NÚMERO CERO (ENERO 2014) | Page 33

33 [email protected] / @JOANBARQUE E xiste un tipo de restaurantes, siempre aparentemente elegantes aunque fracasados en su ejecución, que están dedicados a las putas y sólo ellas gozan del falso lujo que por todos lados les rodea. Existe un lujo, y por lo tanto unos restaurantes de lujo -porqué la gastronomía es la primera en caer en esta farsa que algunos inventan para engañar al esnob de turno-, que siempre son de porexpan, que si rascas un poco enseguida salta la pintura y todo decae del modo más grosero. Primero son las vistas excesivas. Esas vistas que rápidamente intuyes que costarán más dinero que el plato, que son vistas puestas con calzador, que sientes que sin ellas todo podría parecer un chiringuito de playa, con chancletas y pareo. Los restaurantes con vistas están hechos para impresionar a fulanas, para que sea más importante, aunque muy burdo y estéril, lo que tienes delante que lo que el camarero te trae a la mesa. Es este gusto por impresionar, por las vistas siempre altas, altísimas, tanto que marean, e incluso el ascensor parece que llegue cansado y asqueado de tanto viaje. Después tenemos ese exceso siempre ofensivo del falso lujo. El gusto por la estética es la contención, el espacio sin recargar, las cosas exactas, ni más ni menos. El exceso puede abrazarse en el vino y el champán, en las ostras y el caviar, pero cuando recargamos el espacio todo adquiere un tono chabacano, como del chino de la esquina, que tiene de todo pero molesta a la vista por el embrollo agobiante. Y me dejo para el final la parte más flagrante y desastrosa. Esa comida que quiere aparentar una obra de arte pero en realidad solo es una zanahoria haciendo equilibrios encima de un trozo de pescado sin sabor. Platos que aparentan, que son como el Botox que llevan las mujeres que ya no tienen edad para hacer según qué cosas. Esas señoras de 60 que visten como las de 25 y las ves pasar, mirándose a sí mismas reconfortándose, orgullosas, mientras la gente se compadece y fuerza los labios para no soltar una carcajada. Son los restaurantes que más tristeza me provocan. Son los restaurantes que más se alejan del lujo y el talento y en cambio más se acercan de un modo casi provocativo a la estafa, como si dijeran: “Estamos aquí para sacarte el dinero sin darte nada a cambio” o lo que es peor: haciéndolo ver. Restaurantes la mayoría de ellos con nombres extraños, camareros amanerados y un servicio que más que hacer la pelota hace el ridículo por 4 billetes. Juegan con la ventaja que el cliente viene a lo que viene y parece que le guste ser engañado. Las propinas que se suelen dejar podrían pagar toda la cena si el restaurante aceptase su nivel mediocre y reconociera que no es más que un mero sitio para llevarse a una fulana antes de la cópula.