ZOUK MAGAZINE (Versión en Español) NÚMERO 5 | Page 167

167 esa fuente de calor. La idea fue buena, el resultado fue satisfactorio y dio pie al inicio de una evolución de las formas, a una sofisticación de la técnica. Seguimos sin una fecha concreta, pero el siguiente capítulo sí se escribe en un escenario específico. Nos sirve de cronista Julio García, trabajador en el tren hullero, hijo y hermano de ferroviarios. Falleció hace tres años, pero en la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Mataporquera a la que pertenecía, guardan como oro en paño las anécdotas sobre la olla ferroviaria que dejó escritas en primera persona. Esa localidad del sur de Cantabria se ubica más o menos en el punto intermedio del trazado que comunica La Robla con Bilbao, era el lugar donde se hacían paradas para descansar y donde cada día dormían más de quince trabajadores de la línea. Muchas bocas que alimentar en un lugar donde no había fondas. Relata el bueno de Julio que allí vio las primeras ollas ferroviarias, fabricadas en los talleres de Cistierna y Balmaseda. Se trataba de un cilindro de metal que albergaba un puchero y que los maquinistas acoplaban a un tubo por el que circulaba el vapor de la locomotora. Antes de iniciar sus viajes, colocaban en el interior de las ollas legumbres, carne y patatas, y dejaban que se fuesen cocinando lentamente mientras avanzaban hacia Mataporquera, donde daban cuenta de las viandas. Cuenta nuestro espectador privilegiado que