ZOUK MAGAZINE (Versión en Español) NÚMERO 1 | Page 64

DESAYUNO CON QUIM MONZÓ se ha convertido en parte de ‘guirilandia’. Iba muy a menudo a desayunar al Quim de la Boqueria, que es un sitio extraordinario, pero desde hace diez años no se puede ir porque tienes miles de cabezas mirándote y comentando: ‘Oh, look at this! It looks woooonderful!’. ¡Vete a tu puto país y déjame desayunar en paz!” Quim Monzó cree que los mercados se han quedado anclados en el siglo XIX cuando “el mundo estaba organizado de otra manera y el hombre era el que trabajaba fuera y la mujer la que se quedaba en casa y se encargaba de ir al mercado durante el día. Pero la cosa ha cambiado mucho y ahora ambos trabajan fuera de casa. Yo había discutido alguna vez con vendedores del mer- cerdo. ¡Imagínate! Con el sabor que le dan los huesos y el placer que da mondarlos. ¡Se han vuelto idiotas! No tiene el mismo sabor un pie de cerdo deshuesado que uno que no lo está. Lo bueno de los pies de cerdo es roer los huesos y encontrar la gelatina. ¡La gelatina, por Dios! En el Motel, un día (¡qué hijos de puta que son, qué bien cocinan!), recuerdo que Jaume Subirós me ofreció un plato con una oreja de cerdo entera, caramelizada. Y hace un gesto con las manos mientras dice “¡Lágrimas!”. Confiesa que tiene una relación difícil con lo que a veces se denomina alta cocina. Ha comido en Arzak y “fui a elBulli al principio, como fui al Racó de Can Fabes un día, y dije que nunca más. Me sentí insultado. “seguramente Nueva York es la ciudad del mundo donde mejor se come” cado porque llegaba a comprar a las dos de la tarde y ya habían cerrado y me decían ‘No querrás que abramos también por la tarde...’ Pues si no se dan cuenta de que el mundo ha cambiado, ese, que es su negocio, se va a la mierda”. A un hombre al que le gusta comer bien, le tienen que gustar mucho los restaurantes. Pero si hay que recordar una visita a uno en concreto él -que dice “me gusta comer y no vivir experiencias gastronómicas. ¡Para eso me meto un LSD!”- lo tiene claro. Cuenta que la primera vez que comió en el Motel Empordà lloró. “Era muy joven y fui con una novia con la que habíamos cogido una habitación en un hotel de Roses, para tomarnos un tripi. Cenamos en el Motel. Recuerdo los ojos humedecidos de lágrimas de lo bueno que estaba aquello”. Aunque con Monzó siempre hay un reverso oscuro y “ahora estoy medio cabreado con el Motel porque deshuesan los pies de A mí la creatividad me parece bien, pero siempre que el resultado sea bueno”. Y se acuerda de una cita de la escritora estadounidense Fran Lebowitz, que escribió “People have been cooking and eating for thousands of years, so if you are the very first to have thought of adding lime juice to scalloped potatoes try to understand there must be a reason for this”. Reconoce que quizás es injusto y que seguro que hay cosas que se pierde, pero “de cada diez veces que me someto a ese tipo de cocina, nueve no me gustan”. No le interesan los rankings ni las listas ni los premios de ningún tipo porque “todas estas clasificaciones de los mejores restaurantes y cosas por el estilo me divierten tanto como el festival de Eurovisión o los premios Nobel. ¿Quién da el premio Nobel? Unos tíos que están colgados, allí en Suecia. ¿Y ese grupito de suecos tiene que decidir a qué escritor le toca cada año el premio Nobel? ¿Y por qué