No estaba en casa, nunca estaba; pero entre mis llantos posiblemente no
lo que provocaba el humo y me encontró frente a la pequeña llamarada
de recuerdos. Llena de lágrimas y con los dedos quemados. Entré en una
especie de trance, solo recuerdo el fuego y un calor intenso.
Mi mamá corrió a llevarme al hospital o al menos eso fue lo que la escuché
decirle a una enfermera. Le encantaba ser la protagonista, siempre quería
quedar como la heroína aunque no hubiera hecho nada. Creo que trataba
de probar que era una buena madre, que a pesar de estar siempre fuera
se preocupaba por mí. Esa misma tarde me dieron de alta, porque unas
quemaduras de primer grado y un desmayo no eran motivos suficientes
para mantenerme internada. Durante el trayecto a casa mi madre me
sermoneó. Como siempre yo solo asentía, pero nunca la escuchaba. Estaba
harta de sus recriminaciones que terminaban con un: “te digo todo esto
porque me preocupas, porque no quiero verte sufrir”. Cuando oía esa
frase asentía y sonreía para externar que había comprendido todo lo que
me había dicho. Nuestra relación no siempre fue mala, hubo un momento
en nuestras vidas que fuimos felices o al menos eso creía. Pero después
de que mi padrastro la abandonó, comenzaron nuestros problemas.
La perdí paulatinamente y cuando me di cuenta ya no estaba aquí.
Estaba irreconocible, siempre que mi padrastro Mario me llamaba para
saber cómo estaba, mi mamá me arrebataba el teléfono para reclamarle
su abandono y después terminar rogándole que regresara con ella.
Un día Mario tocó a nuestra puerta, lo vi desde la ventana y corrí lo
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logré escuchar cuando llegó. Subió corriendo las escaleras para encontrar