DRA. HERMINIA PASANTES
Se observó en estos experimentos que el movimiento y la
sensibilidad de algunas regiones del cuerpo requieren un
mayor número de neuronas en la corteza, por ejemplo, las
manos y la lengua. Se elaboró así el famoso mapa del
"homúnculo" (hombrecito), reproducido en la figura I.2.
Con estas bases, otros investigadores emprendieron la
tarea de hacer un "mapa" de otras funciones localizadas
principalmente en la corteza, y de esta forma se pudo
determinar que existen áreas visuales (corteza visual),
auditivas (corteza temporal) o para la percepción táctil
(figura I.3). Con técnicas más elaboradas se localizaron
también áreas de la corteza relacionadas con funciones
más complejas, como la actividad intelectual, y también
con la conducta. Estas últimas, sin embargo, están
localizadas sólo parcialmente en la corteza cerebral y se
encuentran más bien en otras estructuras del cerebro
situadas debajo de la corteza. En particular, el conjunto de
estructuras que se conocen como sistema límbico
(punteado en la figura I.4A) tienen gran importancia en el
origen y el control de las emociones. Dentro de este gran
circuito, una pequeña región, el hipotálamo (figura I.4A),
está asociada a muchas conductas emocionales y a
funciones como el hambre y la sed. En efecto, en
experimentos hechos con ratas, se ha podido observar que
destruyendo algunos núcleos del hipotálamo (figura I.4B) —
los núcleos son grupos de neuronas— el animal deja de
comer y puede incluso morir de hambre literalmente en
medio de la más apetitosa comida. Con estos estudios y
otros similares se concluyó que a través de este núcleo es
que se siente la necesidad de comer. Al ser destruidas las
células de este núcleo, el animal tiene la continua
sensación de estar lleno, y por tanto es incapaz de comer. A
esta región del hipotálamo se le conoce como el centro de
la saciedad. (Estos experimentos nos indican que las ratas
no conocen el pecado de la gula, tan frecuente en la
especie humana, ya que a diferencia de muchos de
nosotros, el animal al sentirse saciado deja de comer.) En
una región cercana a este núcleo de la saciedad se
encuentra su opuesto, es decir un grupo de neuronas que,
al ser destruidas, hacen que el animal pierda la capacidad
de sentirse saciado y siga comiendo, sin cesar, hasta que no
puede prácticamente moverse por la cantidad de alimento
que ha ingerido. Por supuesto, estos núcleos del
hipotálamo responden a señales, como el nivel de glucosa
en la sangre que lo induce a alimentarse y que se
encuentran bajo otras influencias nerviosas,
principalmente de la corteza, incluidas las del origen del
pensamiento y la imaginación. Así, sobre todo en el
humano, el impulso de comer se puede modificar ante la
vista o aun ante la simple evocación de alimentos
apetitosos.
También en el hipotálamo y en otras áreas del sistema
límbico se localizan núcleos celulares que al ser
estimulados provocan respuestas de cólera y agresividad
en los animales, sin el concurso de los agentes externos
CIENCIA
CONT...
que normalmente los causan, por ejemplo, la presencia de
un ratón en el caso del gato.
Estos núcleos del hipotálamo están modulados por
influencias de la corteza y de otros centros que son los que
determinan la amplitud y el vigor de la respuesta
hipotalámica. En esta misma estructura nerviosa se
localizan núcleos cuya función es más compleja que la del
simple alimentarse, atacar o reproducirse. Esta posibilidad
se derivó de las observaciones llevadas a cabo por James
Olds y sus estudiantes en la Universidad McGill, en Canadá,
en los años cincuenta. Estos investigadores se hallaban
interesados en el estudio del sueño y la vigilia, y el diseño
experimental para su investigación incluía la estimulación
por medio de un pequeño electrodo en otra región del
mismo hipotálamo y que el animal debía
autoadministrarse pisando una palanca si quería recibir
alimento como recompensa (figura I.5). Por error, en una
ocasión el electrodo de estimulación fue implantado un
poco más abajo de la zona deseada y, para sorpresa de los
investigadores, al cabo del primer autoestímulo en esta
región con el recurso de pisar la palanquita, la rata ya no
tenía mayor interés en la recompensa o en explorar los
espacios, sino que volvía una y otra vez a oprimir la
palanca, y con ello a aplicarse el estímulo en el lugar del
hipotálamo en el que se encontraba el electrodo.
Evidentemente, los fisiólogos se percataron de inmediato
de la importancia de su descubrimiento, y olvidando su
proyecto anterior acerca del sueño se dedicaron a afinar y
desarrollar una investigación acerca de este fenómeno
asociado a lo que denominaron el núcleo del placer.
No parece ilógico extrapolar al ser humano estas
observaciones hechas en el gato o la rata. Los científicos
saben que las diferencias entre la especie humana y los
otros animales no son tan grandes, en lo que se refiere a su
comportamiento biológico, y que la enorme diferencia que
evidentemente existe entre el gato y un ciudadano común,
por no hablar de las mentes privilegiadas como Kant o
Einstein, radica no en una diferencia en los principios
generales con los que opera el sistema nervioso, que son
exactamente los mismos, sino en la extrema complejidad
de las conexiones interneuronales y tal vez en otros
elementos que aún desconocemos. No hay que olvidar que
el problema mente-cerebro, es decir, el de la localización
celular de las funciones mentales superiores, no se ha
resuelto, y es uno de los grandes retos de la neurobiología
moderna.
Sin embargo, es posible imaginar, a la luz de estos sencillos
experimentos, que la diferencia entre un individuo colérico
y otro apacible puede ser que en el primero estos centros
de la agresividad en el hipotálamo estén menos
controlados por acciones inhibidoras de otras neuronas, o
más activados por una preeminencia de neuronas
excitadoras. El mismo razonamiento podría aplicarse a los
centros hipotalámicos del hambre y la saciedad e
imaginar que esa afición por la comida, que tenemos
muchos de nosotros y que por supuesto y