También separaba la escuela, la limpieza, el amor Mis viajes habían sido tan cortos: del rancho a
al trabajo, el surtido de las tiendas, los huaraches Durango y de aquí de nuevo al rancho. Únicamente
y las botas; la iglesia y las generosas limosnas, los conocía dos pueblos partidos por una calle. Al mirar
bautizos y las fiestas; separaba la lluvia y la esos coches, me hacía promesas de que algún día
sequía, la enfermedad y la salud. Pero había un yo transitaría en uno de ellos, y la mirada sería
lugar que a los dos pueblos nos unía, era el inversa, pues desde el coche que yo manejara
manantial que surtía de agua para beber a las voltearía a mirar el mezquite y al niño que se había
personas y a las bestias. Ahí tenían que concurrir, hecho esa promesa. Las veces que he tenido
los saludos y los silencios, las envidias y los oportunidad de transitar por esa carretera, sea de
chiflidos, la pistola y el puñal, las tinajas y los día o de noche, volteó a mirar el lugar donde un día
botes, el jabón y el amole; el sarape y el makinoff, fui niño. También más adelante al pasar por
la política y la religión, el rebozo y la sirvienta, la Francisco I. Madero, volteó a mirar la calle y la casa
noticia y la ignorancia, era el manantial de las donde nací. No he perdido ni negado mi raíz. Mi
penitencias. memoria la recuerda y mi espíritu se estremece
Allí en ese pueblo dividido viví y observé las cuando siente las vibraciones de mi cordón
diferencias sociales: Le tuve miedo a las calles y a umbilical que fue enterrado en el patio de la casa
los bultos en las esquinas, sobre todo en la donde nací. Por seña tiene plantado un árbol en la
noche, cuando los bultos se distinguían por la banqueta, que fue la ofrenda de mi padre por la
incesante luz de las llamitas de los cigarros. ventura de mi nacimiento.
El primer libro que tuve en mis manos, fue el libro Tal vez en ese año o en el siguiente, mi padre
de equitación de mi padre, donde venían adquirió una propiedad frente al cerro “Cazuelas”,
fotografías y explicaciones sobre las diferentes un poco antes de llegar a Francisco I. Madero, a
disciplinas ecuestres: la alemana, francesa, unos ocho kilómetros distante de la carretera.
italiana y la española. A esta edad yo no sabía Consistía en terreno para siembra, área de
leer, pero me interesaba en las fotografías, pastizales y casa para vivir con amplio corral. Aquí
porque mi padre desde muy pequeños a mi tuve nuevas experiencias que se incrustaron en mi
hermano y a mi nos enseñó a montar a caballo en cerebro y forjaron mis primeros motivos de
albardón. En la alameda del manantial de este superación. Este lugar estaba habitado por dos
pueblo dividido, disfruté por primera vez de la grupos de colonos: Los Fraccionistas o pequeños
serenidad que produce el aislamiento y me di propietarios, a los que pertenecía mi padre y el otro
cuenta de la vida que existe entre los árboles: la grupo era el de los ejidatarios o agraristas. A los dos
paloma cucú, el pájaro carpintero, el gorjeo de los pueblos los separaba una calle. Esa calle también
pájaros, la curiosidad de las ardillas, la sorpresa separaba las aspiraciones personales, los caballos y
de la salamandra, el vuelo circular del cuervo, la los burros; los ricos y los pobres.
mirada hipnótica de la lechuza, el desfile de las
hormigas, el respirar y canto de las ranas, el
zumbido de la abeja, el piquete de la avispa, la
acrobacia del colibrí, el ballet de la mariposa, el
silencio del gusano y el canto del grillo. Los
álamos me tomaron como amigo y hasta la fecha
no los he abandonado. Viven en mi memoria con
el rumor de sus hojas.
En las noches, desde el mezquite alto y frondoso
del corral, observaba la luz de los coches a lo lejos
al transitar por la carretera: Me preguntaba a
donde irían.