Corrían los primeros días de mayo de 1941. En una pequeña habitación rentada del barrio de Lublin, ajeno a los huracanes de acero de la guerra en ciernes, Victor Solomon Ansky, filólogo, se hallaba absorto en el estudio del evangelio de San Pablo, al tiempo que tomaba notas en minúscula sobre su libro de apuntes. No lo movía fervor cristiano alguno (¡era un ídishe!) además aborrecía las ortodoxias religiosas tanto como le era indiferente la gran familia humana. No le gustaban los alemanes. Ni los rusos. Apenas toleraba a muchos de sus compatriotas polacos; incluso, a no pocos judíos.
Le llamaba la atención el versículo que sentencia: "El salvará a todos los hombres y les hará llegar al conocimiento de la verdad". ¿De qué debía ser salvado el hombre? ¿ a qué tipo de conocimiento nos haría llegar él? ¿qué verdad...? las preguntas se fundían en su conciencia; quemaban su corazón, y vibraban entre sus labios con efusión. Buscar la verdad era parte de su naturaleza; indagarla profanando el secreto de las palabras que la postulaban, su oficio. Por sus desvelos se creía merecedor de algunas respuestas. Las difíciles; las filosóficas. Le dejaba las moralejas a la plebe. Por sus empeñosos estudios se sentía casi un acreedor de los misterios aún no revelados; ésos que fueron hechos para iniciados. Pero la verdad era tan evasiva que no parecía poder alcanzarse sin una gracia divina que jamás había podido vislumbrar en sus largas noches en vela. Éso, o no habría verdades por develar; ¿era él, Shloime, un pecador a los ojos del Señor? El silencio del atardecer le decía que sí y que no; la voz de ese silencio era el suplicio de una frustración perenne. Por una vez quiso alzar la vista al cielo e interrogar al Creador sobre las grandes cosas, desde su simple humanidad. Alzó los ojos, pero sólo hasta el espejo de pared que colgaba frente suyo.
Vio al Víctor de siempre, inclinado sobre los libros. Sus ojos ávidos examinaron una vez más el rostro alargado y cetrino, el ralo cabello blanco, las cejas pobres. Empequeñecido dentro de un traje oscuro, su figura escuálida se mantenía erguida por la fuerza de la costumbre. La citosis arqueaba su espalda. Le dolían los huesos. El paso del tiempo le desagradaba, creemos, como a todos los mortales. En éso se parecía a los demás. Empero, la inquietud nerviosa que restellaba su corazón se le antojaba única. No la veía en los espejos; sí la sentía dentro del encorvado cuerpo. Suspiró y retornó a la lectura. El interés filológico por la teodicea paulina lo transportaba inevitablemente al Corintios. Allí se instruía: "Videmus nunc per speculum in aenigmate: tunc autem facie ad faciem. Nunc cognosco ex parte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum".
Le conoceré como soy conocido; ¡vaya profecía! La fuerza de la sentencia le hacía pensar en el mismo apóstol Pablo predicando a fieles santificados. Pablo. Alguna vez Saulo, fariseo descreído que perseguía de a caballo a los seguidores de Jesús. Lo imaginaba mercenario y gallardo, sacudiendo las riendas de su corcel por senderos polvorientos, agitando su látigo sanguinario.
Hasta que fue derribado por la luz divina. El mismo Jesús le hablaba: "Saulo, Saulo ¿porqué me persigues?" Cristo le ordenaba partir hacia Damasco, renacer a una vida nueva en su nombre... Ciego, conmovido, marchó a su encuentro. Un discípulo le bautizó Pablo. Al tercer día recuperó la visión. Dejó todo para ser apóstol, y pasó el resto de su vida predicando la palabra de Dios. Sufrió castigos, persecución, privaciones. Muchos años pasó así. Hasta que la espada brutal de los esbirros de Nerón cortó su cabeza. Inútil cercenamiento; era ya inmortal.
"A hombres así -Víctor Ansky razonaba- sólo se los detiene decapitándolos. No puede con ellos el azote, la sed ni el hambre. Son hombres dignos de toda fe". Confiaba en toda palabra dicha o escrita con la fuerza de la convicción, que es una de las formas de la fe. Sólo los hombres dotados de una fe así de profunda como la del apóstol son capaces de hablar sin temor al equívoco.
"Vemos ahora por espejo, en oscuridad; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido".
Nuestro filólogo interpretaba el aenigmate (enigma) más sutilmente que lo traducido como "oscuramente" o "bajo imágenes oscuras". En relación a la sentencia entera, videmus nunc per speculum in aenigmate, su buena inteligencia lo conminaba a interpretar un: "vemos en enigma por medio de un espejo".
UMBRAL DE LO ABSOLUTO
Víctor Lowenstein
Seudónimo literario de Ariel Lowenstein. Argentina, 19 de enero de 1967. Ha publicado Veo cosas muy raras relatos, Editora Indómita, 2003.Simetrías obscenas cuentos, editorial sábado negro, 2004. Malamuerte cuentos, Editora Indómita, 2006. Taratología de los espejos ensayos y cuentos, AqL, 2013. Paternóster cuento, fdcm 2014. Artaud, el anarquista metafísico, editorial De los cuatro vientos, 2015. Ha sido distinguido con dos menciones de honor Sociedad Argentina de Escritores años 2012 y 2013. Mención de honor feria del libro sanisidrense, año 2013. 1ª mención honorífica de la antología literaria Detrás de la palabra Ediciones Tahiel 2016. Ha sido jurado del certamen cuentos Associazione Siciliana Buenos Aires Nord, año 2016.
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