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Cristo partió el pan en la última cena. No era pan blanco.
Bach compuso obras musicales sublimes, su nutrición básica era la de los
alemanes de su época y no había pan blanco en Alemania en esa época. Todavía
no había aparecido Endelberg con su máquina “refinadora” de pan.
En Pan era sagrado.
Los pueblos de medio oriente, molían el trigo y luego aún tibio, lo pasaban por una
criba, una zaranda para tamizar y cernir. Separaban el salvado grueso, duro, del
salvado tierno que aceptaba la presión de la piedra del molino y quedaba fino
como talco.
Y la harina recién molida era inmediatamente utilizada para hacer el pan y se lo
hacía todos los días y en casa.
Sin aditivos, sin azúcar, sin levadura sintética. Delicioso, reconstituyente.
Un alimento para el cuerpo y para el espíritu. “Este es mi cuerpo, quien come de
este pan no tendrá jamás hambre física o espiritual”.
El alimento del espíritu del cristianismo, está en el pan sagrado.
Un alimento para el carácter noble, generoso, sensible y amoroso del practicante
de la fe cristiana.
Sin pan no hay cristianismo.
Sin pan no hay bondad ni delicadeza ni amor.
Sin pan no hay más vida. Sin pan todo se termina.
Pero Endelberg mutiló el trigo y creó un producto delicioso, gastronómico pero
desprovisto de su fuerza original.
Destruyó el alimento de los “dioses” y ahí comenzó la decadencia de la
humanidad.
La humanidad quedó desprovista de su combustible: Pan, cereal, humanidad,
salud, gracia, belleza, sabiduría y nobleza biológica y moral.