VIDAMÉDICA / MÉDICOS MAYORES { 101
pregunta, ninguna expresión, pero esa posición escultural delataba
un miedo presente.
El miedo a la muerte es una expresión, probablemente máxima
y a veces incontrolable, frente al termino de la vida. Todos sabemos
que la existencia tiene ineludiblemente un término real.
Pero, como sujetos sanos, la miramos con indiferencia, como
algo lejano e invisible, que no nos perturba nuestro diario vivir.
Sin embargo, la situación cambia cuando aparece una enfermedad
como una entidad perturbadora, que genera incertidumbre
y temor. La pregunta obligada, aunque no siempre explícita del
sujeto enfermo es ¿voy a mejorar? ¿Me puedo morir? La clásica
respuesta médica es alentadora y potencialmente satisfactoria:
¡por supuesto, se va a mejorar¡ Pero muchas veces el médico clásicamente
está mintiendo, no se atreve a quitar la esperanza y
acude a la fórmula de establecer las probabilidades de acción
de la terapia y del grado de gravedad de la afección. Ello lleva
frecuentemente a una sensación de incredulidad del paciente, de
duda intensa, de pérdida de la confianza en el médico y en el
mundo real en el que está inmerso. Por ello, muchos médicos han
cambiado su modo de enfrentar el problema, expresando con
suavidad y ductilidad, pero a la vez con seriedad, la verdad del
mal pronóstico.
Ello lleva a la pregunta crucial ¿de qué manera el ser humano
enfrenta el veredicto de enfermedad mortal? En la práctica, las
reacciones que he encontrado en los pacientes de esa condición,
son similares a las relatadas por experiencias de otros médicos
y por la literatura científica y filosófica: ¿Por qué me toca a mí?
¿Por qué ahora, cuando tengo la vida por delante? ¿Qué he hecho
mal que la vida me castiga? Pero, al contrario, algunos pacientes,
después de un momento de silencio, expresan: ¡no le tengo miedo
a la muerte, sé que es ineludible! ¡No le hago falta a nadie, puedo
irme tranquilo! ¡No necesito auxilio religioso!
Pero cualquiera sea la gravedad del proceso patológico y la entereza
y conducta del paciente frente al riesgo de morir, en el
fuero ínfimo del ser humano aparece la duda frente a la razón
de existir. Es lo que algunos llaman el sentido de la vida. Ello
contacta con las concepciones filosóficas y religiosas profundas
del ser humano, que en condiciones de normalidad, son asumidas
como preguntas psicológicas básicas y elementales, pero con
asimilación superficial y no urgente, pero que en condiciones de
enfermedad adquieren un carácter de proximidad, urgencia y
necesidad de preguntarse sobre ellas en carácter filosófico existencial.
El individuo busca orientaciones nuevas, denominadas
del “sentido”, de su forma de pensar y actuar en relación con el
medio que lo rodea. Busca una orientación, un camino, una justificación
de su vida, reconociendo y buscando fuentes que alivien
su angustia y sufrimiento al enfermar, como son el amor, las
amistades, el trabajo, el juego, el saber, la creatividad, y tal vez el
poder, que está perdiendo.
En consecuencia, como expresa F. Muñoz, es importante que el
enfermo reasegure sus afectos, amistades, trabajo, conserve la
esperanza de recuperación, analice su fe religiosa, confíe en la
medicina y en su tratamiento específico.
Las enfermedades crónicas, tan frecuentes y casi obligadas en la
actualidad, ofrecen otras circunstancias algo diferentes: no aparece
con claridad e inmediatez el riesgo de morir, pero el paciente
está enfermo, aunque pueda no sentirse como tal, por carecer
de dolor u otros síntomas. La enfermedad también es capaz de
comprometer algunos elementos de su “sentido de existir”: su yo
logros, su yo recuerdos y aún su propia existencia como ser humano
integral. Pero el enfermo puede mantener no solo su trabajo
a veces, sino también los distractores señalados, como la
familia, el entorno social, la esperanza de mantenerse bien con
el tratamiento específico.
Sin embargo, en muchos pacientes con enfermedades crónicas,
ante el riesgo vital, desarrollan una depresión importante, que
los invalida más en las actividades que conserva. Esta depresión,
no comunicada ni comprendida por el paciente, le puede llevar a
acciones suicidas, que se observan con alguna frecuencia, afortunadamente
reducida. Cuando ello sucede, generalmente en
forma inesperada, constituye un desastre psicológico para el médico
tratante, especialmente cuando se ha relacionado con el paciente
por largo tiempo, y éste no ha comunicado ningún síntoma
que haga sospechar la inminencia de ese desenlace inesperado.
Cuando la depresión acompaña a la enfermedad crónica básica,
es preciso investigar los sentimientos que aparecen más conflictivos
o radicales en el paciente, como son los de aflicción,
soledad y desesperanza. Ello lleva frecuentemente involucrado
el sentimiento de amenaza o fracaso potencial de los proyectos
laborales o familiares más apreciadas, lo que se ha denominado
“muerte biográfica” o cuando se refieren a la vida misma “muerte
biológica”.
Otro aspecto muy importante comunicado por el paciente en
forma clara u oculta “en circunloquios relativos”, se refiere al
examen de conciencia que aquel realiza, en el sentido de preguntarse
¿Qué he hecho mal en mi vida?, ¡he pecado ante mi Dios?,
¡me merezco esta aflicción?, ¡es que esto presenta sacrificio expiatorio?
En este sentido, para muchos pacientes es importante
el apoyo religioso, pero para otros, no solo lo rechazan en vida
sino piden que no se les brinde frente a su muerte.
Se ha dicho que frente a la enfermedad, queda en evidencia la
particular condición menesterosa del hombre, en el sentido que
cobijado en su mundo, se encuentra de pronto derrotado, solo,
amenazado en sus fuentes prestadoras de “sentido, como el amor,
el trabajo, el conocer, la creatividad y otras más de acuerdo a su
vida trascendente. ¡Hasta aquí llegué! ¡Esto se acabó! Son exclamaciones
que se escuchan o se cuentan en esas circunstancias.
Es en estos momentos cuando el médico, apoyado por la familia,
debe reiterar al paciente los elementos facilitadores del ¡sentido
de la vida!, como la esperanza, el apoyo de la familia, el amor, las
creencias, y sus hábitos y preferencias.
Pero ahora ¿Qué pienso después de realizar este relato del
problema?
Reconozco tener enfermedades crónicas, tratadas y soportadas
por años; reconozco haber sentido rabia por tener que dejar
temporalmente el trabajo; declaro que no he renunciado a mis
creencias filosóficas ni a mis ideales frente al riesgo que significa
la enfermedad, me acuso de haber experimentado la sensación
de soledad y temor cuando se han presentado síntomas agudos,
en condiciones de vivir solo, y de no haber experimentado en
todas esas condiciones agudas, el miedo a la muerte. Pero no sé
exactamente cómo voy a enfrentar ese momento cuando se presente
como realidad final. Ojalá sea en forma de ataque agudo y
fulminante.