Vida Médica Volumen 71 N°2 - 2019 | Page 65

VIDAMÉDICA / SOCIEDAD, CULTURA Y MEDICINA armazón de lo conocido o posible. El respeto de ese marco se repite en el imaginario contemporáneo de las películas con ex- traterrestres. Por ejemplo, en Plan 9 del espacio exterior de Ed Wood, ET de Steven Spielberg o Mars Attack de Tim Burton, los extraterrestres recuerdan los monstruos del siglo XIV: va- riaciones del hombre, con cuellos que se alargan, cabezas con diferentes protuberancias y deformaciones o extremidades que se añaden, desaparecen o se alargan. Al fin y al cabo, un cuerpo humano deformado. Parece que somos pocos capaces de crear algo totalmente disruptivo o diferente de lo conocido. El cerebro enfermo también es un ejemplo de los límites en la variabilidad de la expresión fenotípica, en cómo se manifiesta la patología cerebral, psiquiátrica o neurológica. Tomemos el estudio de las alucinaciones, un fenómeno que en una prime- ra aproximación puede parecer totalmente anómalo o grotes- co: estar convencido de percibir algo inexistente en el mundo externo. Pues bien, las alucinaciones están también presentes en personas sin enfermedades cerebrales. Un fenómeno que puede parecer patológico y no compatible con la normalidad —percibir lo inexistente— no es siempre sinónimo de enferme- dad. Pero las alucinaciones en determinadas circunstancias, por su frecuencia o intensidad, por su asociación con otros síntomas o por la incapacidad de distinguir realidad de alu- cinación, serán una manifestación patológica. El médico John Hughlings Jackson ya había propuesto en la segunda mitad del siglo XIX que las manifestaciones de las enfermedades ce- rebrales reflejan una pérdida o exageración del funcionamien- to cerebral normal. Los síntomas de múltiples enfermedades neuropsiquiátricas no son creaciones de novo de un cerebro enfermo. En suma, incluso el cerebro enfermo pareciera actuar según determinados patrones. Por último, exceptuando el reconocimiento facial, en el que sobresalimos al diferenciar variaciones sutiles de una cara a la otra, nuestra percepción del entorno privilegia la detección de generalidades sobre las diferencias. Tal como escriben los cientistas cognitivistas Steven Sloman y Philip Fernbac en The knowledge illusion. Why we never think alone, “la mente no está hecha para adquirir detalles de cada objeto o situación individual. Aprendemos de la experiencia para generalizar a nuevos objetos y situaciones. La capacidad de actuar en un nuevo contexto requiere comprender sólo las regularidades profundas en la forma en que funciona el mundo, no los de- talles superficiales”. Más aún, existe en el proceso de la per- cepción una interacción entre la información proveniente del entorno y la representación existente en el cerebro. En su libro Oscuro Bosque, la novelista Nicole Krauss describe de manera acertada el mecanismo cerebral de la percepción: un “flujo de asociaciones y perspectivas almacenadas que [el cerebro] usa cada segundo para llenar los vacíos y dar sentido a lo que los ojos transmiten”. En suma, parecemos transitar de un gran número de compo- nentes del cerebro con múltiples posibles conexiones a un número relativamente limitado de expresiones conductua- les, tanto en la normalidad como en la patología. Además, este gran número de componentes no se refleja en una capa- cidad de detectar los múltiples componentes del entorno. Al { 65 contrario, somos ciegos a la diversidad, privilegiamos las ge- neralizaciones y la búsqueda de patrones que confirmen nues- tras ideas preconcebidas en desmedro de la detección de la novedad, minimizando información que ponga en jaque lo que creemos conocer. Pero esos mismos cerebros limitados, interactúan unos con otros y han sido capaces de crear herramientas que los ayudan a sobrepasar las barreras de cada cerebro individual y enjui- ciar las percepciones sesgadas de otros cerebros. Surgen así en la historia el arte y la ciencia. La ciencia crea las condiciones necesarias para cuestionar nuestras percepciones e interpretaciones. Más aún, nos ha ayudado a entender el funcionamiento de nuestros cerebros, de nuestros errores perceptivos y de por qué no nos podemos fiar del conocimiento que emerge de cada cerebro individual. Quizás una de sus principales virtudes es ayudarnos a cuestio- nar nuestras certezas. Por su parte, uno de los mayores logros del arte, más allá de consideraciones estéticas, es lo que expresa el escritor Patrick Chamoiseau en La matière de l’absence: “los grandes artistas, las grandes obras, instalan una puerta abierta al horizonte sin horizonte de lo impensable”. El arte nos ayuda a derribar las falsas verdades creadas desde la perspectiva única de un ce- rebro individual. Las 174 mil millones de neuronas y células gliales parecen aglutinarse en un número limitado de componentes que nos hacen humanos de imaginaciones pobres y expertos en de- tectar aquello que confirma nuestras creencias. Pero, a la vez, dialogan con otros cerebros de similares características, lo que puede crear las condiciones necesarias para que emerja la he- terogeneidad, como si de cierta manera se liberará el poten- cial de nuestro cerebro. Pero, quizás más importante que todo, este diálogo hace posible el cambio de perspectiva que resulta de la actividad científica y artística.