VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 90
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alguna vez llegaba a conversar con ellos. Pronto pude pedir pan, de beber y todo lo demás
que necesitaba.
Después de la comida mis acompañantes se retiraron, y me fue enviada una persona, por
orden del rey, servida por su mosqueador. Llevaba consigo pluma, tinta y papel y tres o
cuatro libros, y por señas me hizo comprender que le enviaban para enseñarme el idioma.
Nos sentamos juntos durante cuatro horas, y en este espacio escribí gran número de
palabras en columnas, con las traducciones enfrente, y logré también aprender varias frases
cortas. Mi preceptor mandaba a uno de mis criados traer algún objeto, volverse, hacer una
inclinación, sentarse, levantarse, andar y cosas parecidas; y yo escribía la frase luego. Me
mostró también en uno de sus libros las figuras del Sol, la Luna y las estrellas, el zodíaco,
los trópicos y los círculos polares, juntos con las denominaciones de muchas figuras de
planos y sólidos. Me dio los nombres y las descripciones de todos los instrumentos
musicales y los términos generales del arte de tocar cada uno de ellos. Cuando se fue
dispuse todas las palabras, con sus significados, en orden alfabético. Y así, en pocos días,
con ayuda de mi fidelísima memoria, adquirí algunos conocimientos serios del lenguaje.
La palabra que yo traduzco por la isla volante o flotante es en el idioma original laputa,
de la cual no he podido saber nunca la verdadera etimología. Lap, en el lenguaje antiguo
fuera de uso, significa alto, y untuh, piloto; de donde dicen que, por corrupción, se deriva
laputa, de lapuntuh. Pero yo no estoy conforme con esta derivación, que se me antoja un
poco forzada.Me arriesgué a ofrecer a los eruditos de allá la suposición propia de que
laputa era quasi lapouted: de lap, que significa realmente el jugueteo de los rayos del sol
en el mar, y outed, ala. Lo cual, sin embargo, no quiero imponer, sino, simplemente,
someterlo al juicioso lector.
Aquellos a quienes el rey me había confiado, viendo lo mal vestido que me encontraba,
encargaron a un sastre que fuese a la mañana siguiente para tomarme medida de un traje.
Este operario hizo su oficio de modo muy diferente que los que se dedican al mismo tráfico
en Europa. Tomó primero mi altura con un cuadrante, y luego, con compases y reglas,
describió las dimensiones y contornos de todo mi cuerpo y lo trasladó todo al papel; y a los
seis días me llevó el traje, muy mal hecho y completamente desatinado de forma, por
haberle acontecido equivocar una cifra en el cálculo. Pero me sirvió de consuelo el observar
que estos accidentes eran frecuentísimos y muy poco tenidos en cuenta.
Durante mi reclusión por falta de ropa y por culpa de una indisposición, que me retuvo
algunos días más, aumenté grandemente mi diccionario; y cuando volví a la corte ya pude
entender muchas de las cosas que el rey habló y darle algún género de respuestas. Su
Majestad había dado orden de que la isla se moviese al Nordeste y por el Este hasta el
punto vertical sobre Lagado, metrópoli de todo el reino de abajo, asentado sobre tierra
firme, Estaba la metrópoli a unas noventa leguas de distancia, y nuestro viaje duró cuatro
días y medio. Yo no me daba cuenta lo más mínimo del movimiento progresivo de la isla
en el aire. La segunda mañana, a eso de las once, el rey mismo en persona y la nobleza, los
cortesanos y los funcionarios tomaron los instrumentos musicales de antemano dispuestos y
tocaron durante tres horas sin interrupción, de tal modo, que quedé atolondrado con el
ruido; y no pude imaginar a qué venía aquello hasta que me informó mi preceptor. Díjome
que los habitantes de aquella isla tenían los oídos adaptados a oír la música de las esferas,
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