VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 81
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Dormí algunas horas, aunque intranquilizado continuamente con sueños que me
devolvían al país de donde acababa de salir y me representaban los riesgos de que había
escapado. Sin embargo, al despertar me sentí muy aliviado. Eran sobre las ocho de la noche
y el capitán mandó disponer la cena inmediatamente suponiendo que yo llevaría demasiado
tiempo en ayunas. Me habló con gran cortesía y observó que yo no tenía aspecto extraviado
ni hablaba sin fundamento, y cuando quedamos solos me pidió que le hiciese relación de mi
viaje y del accidente en virtud del cual me había visto flotando a la ventura en aquella
extraordinaria barca de madera. Me dijo que a eso de las doce del día estaba mirando con el
anteojo y la divisó a alguna distancia, y suponiendo que fuese una vela formó propósido de
acercarse -ya que no estaba muy apartado de su ruta-, con la esperanza de comprar algo de
galleta, que empezaba a faltarle. Al aproximarse descubrió su error, y entonces envió la
lancha para que averiguase lo que era. Sus hombres volvieron asustados, jurando que
habían visto una casa que nadaba; se rió de la simpleza y entró él mismo en el bote, dando a
sus hombres orden de que llevasen un cable fuerte con ellos. Aprovechando el tiempo de
calma que hacía, remó a mi alrededor varias veces y observó mis ventanas y los enrejados
de alambre que las protegían. Descubrió dos colgaderos en un costado, que era todo de
madera, sin paso ninguno para la luz. Entonces mandó a sus hombres remar hacia aquel
lado, y, atando el cable a uno de los colgaderos, les ordenó remolcar mi arca -como él
decía- en dirección al barco. Cuando estuvo allí dispuso que atasen otro cable a la anilla de
la tapa y que se guindase mi arca por medio de poleas, lo que entre todos los marineros no
lograron en más de dos o tres pies. Añadió que había visto mi bastón y mi pañuelo salir por
la abertura, y juzgó que algún desventurado debía de estar encerrado en el interior.
Le pregunté si él o la tripulación habían visto en los aires alguna gigantesca ave por el
tiempo en que echaron de ver la caja por primera vez. A ello me contestó que hablando de
este asunto con sus marineros, mientras yo dormía, dijo uno de ellos que había visto tres
águilas que volaban hacia el Norte; pero no hizo observación ninguna en cuanto a que
fuesen mayores del tamaño normal, lo cual supongo yo que ha de atribuirse a la gran altura
a que estaban. No acertaba el capitán a comprender la razón de mi pregunta; le interrogué
entonces a qué distancia de tierra calculaba que estaríamos. Me dijo que, según su cómputo
más exacto, estábamos por lo menos a cien leguas. Le aseguré que debía de estar
equivocado casi en una mitad, puesto que yo no había salido del país de que procedía más
de dos horas antes de mi caída en el mar. Con esto él empezó a creer nuevamente que mi
cabeza no estaba firme, lo cual me sugirió en cierto modo, y me aconsejó que me fuese a
acostar a un camarote que me había preparado. Le aseguré que su buen trato y compañía
me habían reconfortado mucho y que estaba tan en mi juicio como toda mi vida había
estado. Se puso serio entonces y me preguntó francamente si no estaría yo perturbado por el
sentimiento interior de algún enorme crimen que fuese la causa de que, por mandato de
algún príncipe, se me hubiera castigado poniéndome en aquella arca, al modo que en otros
países se ha lanzado a grandes criminales al mar en un barco agujereado, sin provisiones;
pues aunque sentiría haber recogido en su barco a hombre tan perverso, comprometería su
palabra de dejarme salvo en tierra en el primer puerto a que llegásemos. Añadió que habían
aumentado sus sospechas algunos razonamientos absurdos de todo punto que yo había
hecho a los marineros primero, y luego a él mismo, en relación con mi gabinete o caja, así
como mi conducta y mis miradas extrañas durante la cena.
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