VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 72
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atribulan la libertad de interpretar y glosar a su antojo; si alguna vez habían sido, en
ocasiones distintas, defensores y acusadores de una misma causa y citado precedentes en
prueba de opiniones contradictorias; si constituían una corporación rica o pobre; si recibían
alguna recompensa pecuniaria por pleitear y exponer sus opiniones, y particularmente si
alguna vez eran admitidos como miembros en la baja Cámara.
La tomó luego con la administración de nuestro tesoro, y dijo que, sin duda, a mí me
había flaqueado la memoria, por cuanto calculé nuestras rentas en unos cinco o seis
millones al año, y cuando hice mención de los gastos se encontró con que en ocasiones
ascendían a más del doble de esa cantidad, pues sobre este punto había tomado notas muy
detalladas, con la esperanza, según me dijo, de que pudiera serle útil el conocimiento de
nuestra conducta, y no podía engañarse en sus cálculos. Pero, dado que fuera verdad lo que
yo le había dicho, se sorprendía grandemente de cómo un reino podía gastar más de su
hacienda como un simple particular. Me preguntó quiénes eran nuestros acreedores y dónde
encontrábamos dinero para pagarles. Se maravilló oyéndome hablar de tan dispendiosas
guerras, pues sin duda habíamos de ser un pueblo muy pendenciero, o vivir entre muy
malos vecinos, y nuestros generales tendrían que ser más ricos que nuestro rey. Me
preguntó qué asuntos teníamos fuera de nuestras propias islas, si no eran el comercio y los
tratados o la defensa de las costas con nuestra flota. Sobre todo, se asombró al oírme hablar
de un ejército mercenario permanente en medio de la paz y entre un pueblo libre. Decía que
si nos gobernaban por nuestro propio consentimiento las personas que tenían nuestra
representación no podía alcanzársele de quién teníamos temor ni contra quién teníamos que
pelear, y me consultaba si la casa de un hombre particular no está mejor defendida por él,
sus hijos y su familia que por media docena de bribones cogidos a la ventura en medio de la
calle, escasamente pagados y que no tendrían inconveniente en degollar a todos si les
ofrecían por ello cien veces su soldada.
Se rió de mi extraña especie de aritmética -como se dignó llamarla-, que computaba
nuestro número de habitantes, haciendo un cálculo sobre las varias sectas de religión y
política que existen entre nosotros. Dijo que no conocía razón ninguna para que a aquellos
que mantienen opiniones perjudiciales al interés público se les obligue a cambiar ni para
que se les obligue a ocultarlas. Y así como en un Gobierno fuera tiranía pedir lo primero, es
debilidad no exigir lo segundo; que un hombre puede guardar vene