VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 66
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su falda al rey, quien ordenó que lo pusieran en una cisterna llena de agua, conmigo dentro,
a manera de ensayo; no pude usar mis remos cortos allí por falta de espacio. Pero la reina
había de antemano forjado otro proyecto; mandó al carpintero que hiciese una artesa de
madera de trescientos pies de largo, cincuenta de ancho y ocho de fondo, la cual, bien
embreada para que no se saliese el agua, fue puesta en el suelo, pegada a la pared, en una
habitación exterior del palacio. Tenía la artesa cerca del fondo un grifo para sacar el agua
cuando llevaba echada mucho tiempo, y dos criados podían llenarla sin trabajo en media
hora. Allí solía yo remar para mi propia distracción, así como para la de la reina y sus
damas, que se complacían mucho en mi destreza y agilidad. A veces largaba la vela, y
entonces mi tarea consistía solamente en gobernar cuando las damas me mandaban viento
fresco con los abanicos, y cuando se cansaban ellas, algún paje me empujaba la vela con su
aliento, mientras yo mostraba mi arte gobernando a babor, o a estribor, según quería.
Cuando terminaba, Glumdalclitch volvía a llevarse el bote a su gabinete y allí lo colgaba de
un clavo para que se secase.
Practicando este ejercicio me ocurrió una vez un accidente que en nada estuvo que me
costara la vida. Fue que, habiendo echado uno de los pajes mi bote en la artesa, el aya que
cuidaba de Glumdalclitch, muy oficiosamente, me levantó para meterme en el bote; pero
me aconteció escurrirme de entre sus dedos, e infaliblemente hubiese dado contra el suelo
desde cuarenta pies de altura si, por la más venturosa ca sualidad del mundo, no me hubiese
detenido un alfiler que la buena señora llevaba prendido en el peto; la cabeza del alfiler
vino a metérseme entre la camisa y la pretina de los calzones, y así quedé suspendido en el
aire por la mitad del cuerpo hasta que Glumdalclitch acudió en mi socorro.
Otra vez, uno de los criados, cuyo oficio era llenar mi artesa de agua limpia cada tres
días, tuvo el descuido de dejar que una rana enorme, por no haberla visto, se deslizase en el
cubo. La rana estuvo oculta hasta que me pusieron en el bote; pero entonces, advirtiendo un
lugar de descanso, trepó a él, y lo hizo inclinarse tanto de un costado, que tuve que
contrabalancear echando al otro todo el peso de mi cuerpo para impedir el vuelco. Cuando
la rana estuvo dentro, saltó de primera intención la mitad del largo del bote, y luego, por
encima de mi cabeza, de atrás adelante y al contrario, ensuciándome la cara y las ropas con
repugnante lodo. El grandor de sus miembros la hacía aparecer como el animal más
disforme que pueda concebirse. No obstante, pedí a Glumdalclitch que me dejase
habérmelas con ella solo. Durante un buen rato le sacudí con uno de los remos, y, por fin, la
forcé a saltar del bote.
Pero el mayor peligro en que me vi durante mi estancia en aquel reino fue debido a un
mono, propiedad de uno de los ayudantes de cocina. Me había encerrado Glumdalclitch en
su gabinete mientras ella salía a compras o de visita. Como hacía mucho calor, la ventana
del gabinete estaba abierta de par en par, así como las ventanas y puertas de mi caja grande,
en la cual ya habitaba frecuentemente a causa de su comodidad y amplitud. Estaba sentado
a la mesa meditando tranquilamente, cuando vi que algo se entraba de un salto por la
ventana de la habitación y daba brincos de un lado para otro. Aunque ello me alarmó en
extremo, me atreví a mirar hacia fuera, bien que sin moverme de mi asiento; y entonces vi
al revoltoso animal retozando y saltando de aquí para allí, hasta que por último se vino a mi
caja y la examinó con gran curiosidad y regocijo, atisbando por las puertas y las ventanas.
Me separé al ángulo más apartado de mi habitación, o sea de mi caja; pero el mono,
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