VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 51
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su propio lecho y me cubrió con un pañuelo blanco limpio, que era mayor y más basto que
la vela mayor de un buque de guerra.
Dormí unas dos horas y soñé que estaba en casa con mi mujer y mis hijos, lo que vino a
gravar mis cuitas cuando desperté y me vi solo en un vasto aposento de doscientos a
trescientos pies de ancho y más de doscientos de alto, acostado en una cama de veinte
yardas de anchura. Mi ama se había ido a los quehaceres de la casa, y dejádome encerrado.
La cama levantaba ocho yardas del suelo. En tal situación yo, treparon dos ratas por la
cortina y se dieron a correr por encima del lecho, olfateando de un lado para otro. Una de
ellas llegó casi hasta mi misma cara, lo que me hizo levantarme aterrorizado y sacar mi
alfanje para defenderme. Estos horribles animales tuvieron el atrevimiento de acometerme
por ambos lados y uno de ellos llegó a echarme al cuello una de sus patas delanteras, pero
tuve la buena fortuna de rajarle el vientre antes que pudiera hacerme daño. Cayó a mis pies,
y la otra, al ver la suerte que había corrido su compañera, emprendió la huída, pero no sin
una buena herida en el lomo que pude hacerle cuando escapaba, y que dejó un rastro de
sangre. Después de esta hazaña me puse a pasear lentamente por la cama para recobrar el
aliento y la tranquilidad. Aquellos animales eran del tamaño de un mastín grande, pero
infinitamente más ligeros y feroces; así que, de haberme quitado el cinto al acostarme,
infaliblemente me hubieran despedazado y devorado. Medí la cola de la rata muerta y
encontré que tenía de largo dos yardas menos una pulgada; mas no tuve estómago para tirar
de la cama el cuerpo exánime, que yacía en ella sangrando. Noté que tenía aún algo de
vida; pero de una fuerte cuchillada en el pescuezo la despaché enteramente.
Poco después entró mi ama en la habitación, y viéndome todo lleno de sangre corrió
hacia mí y me cogió en la mano. Yo señalé a la rata muerta, sonriendo y haciendo otras
señas para significar que no estaba herido, de lo que ella recibió extremado contento. Llamó
a la criada para que cogiese con unas tenazas la rata muerta y la tirase por la ventana.
Después me puso sobre una mesa, donde yo le enseñé mi alfanje lleno de sangre, y
limpiándolo en la vuelta de mi casaca lo volví a envainar.
Espero que el paciente lector sabrá excusar que me detenga en detalles que, por
insignificantes que se antojen a espíritus vulgares de a ras de tierra, pueden ciertamente
ayudar a un filósofo a dilatar sus pensamientos y su imaginación y a dedicarlos al beneficio
público lo mismo que a la vida privada. Tal es mi intención al ofrecer estas y otras
relaciones de mis viajes por el mundo, en las cuales me he preocupado principalmente de la
verdad, dejando aparte adornos de erudición y estilo. Todos los lances de este viaje dejaron
tan honda impresión en mi ánimo y están de tal modo presentes en mi memoria, que al
trasladarlos al papel no omití una sola circunstancia interesante. Sin embargo, al hacer una
escrupulosa revisión, taché varios pasajes de menos momento que figuraban en el primer
original por miedo de ser motejado de fastidioso y frívolo.
Capítulo 2
Retrato de la hija del labrador. -Llevan al autor a un pueblo en día de mercado y luego a
la metrópoli.- Detalles de su viaje.
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