VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 32
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diputados de la Providencia, los liliputienses entienden que no hay nada más absurdo en un
príncipe que dar empleos a hombres que niegan la autoridad en nombre de la cual ellos se
conducen.
Al hablar de estas y de las siguientes leyes quiero que se entienda que me refiero sólo a
las instituciones originales, y no a la escandalosa corrupción en que este pueblo ha caído a
causa de la degenerada naturaleza del hombre; pues por lo que toca a esa vergonzosa
práctica de obtener altos cargos haciendo volatines, o divisas de favor y distinción saltando
por encima de varillas o arrastrándose bajo ellas, ha de saber el lector que fue introducida
por el abuelo del emperador hoy reinante, y ha prosperado a tal punto por el incremento
gradual de partidos y facciones.
La ingratitud allí es un crimen capital, como leemos que lo ha sido en algunos otros
países; porque -razonan ellos- aquel que paga con maldad a su bienhechor ha de ser
necesariamente un enemigo común del resto de la Humanidad, que no le ha hecho beneficio
ninguno, y, por lo tanto, tal hombre no es a propósito para esta vida.
Sus nociones respecto de los deberes de padres e hijos difieren extremadamente de las
nuestras. De ningún modo conceden que un niño está obligado a su padre por haberlo
engendrado, ni a su madre por haberlo traído al mundo; lo cual, teniendo en cuenta las
miserias de la vida humana, no es un beneficio en sí mismo, ni tampoco fue la intención de
sus padres, cuyo pensamiento durante sus lides amorosas tenía bien distinta ocupación. Por
estos y otros parecidos razonamientos, es su opinión que los padres son los últimos a
quienes debe confiarse la educación de sus propios hijos, y, en consecuencia, hay en cada
edad establecimientos públicos, adonde todos los padres, con excepción de los aldeanos y
los labradores, están obligados a llevar a sus pequeños de uno y otro sexo para que los críen
y eduquen así que llegan a la edad de veinte lunas, tiempo en que ya se les suponen algunos
rudimentos de docilidad. Estos seminarios son de varias categorías, acomodadas a las
diferentes clases, y para ambos sexos. Tienen profesores especialmente hábiles en la
educación de niños para la condición de vida conveniente a la alcurnia de sus padres y a la
propia capacidad de cada uno, así como a las particulares inclinaciones. Diré primero algo
de los establecimientos para varones, y luego de los de hembras.
Los seminarios para niños varones de noble o eminente cuna cuentan con graves y
cultos profesores y sus correspondientes auxiliares. Las ropas y el alimento de los niños son
sencillos y simples. Se educa a éstos en los principios de honor, justicia, valor, modestia,
clemencia, religión y amor de su país; se les tiene siempre dedicados a algún quehacer,
excepto en las horas de comer y dormir, que son muy pocas, y en las dos que se destinan a
recreo, que consiste en ejercicios corporales. Son vestidos por hombres hasta que tienen
cuatro años de edad, y a partir de entonces se les obliga a vestirse solos, por elevado que
sea su rango, y las mujeres ayudantes, que proporcionalmente tienen la edad de las nuestras
de cincuenta años, realizan sólo los trabajos serviles. No se tolera a los niños que hablen
nunca con criados, sino que han de ir juntos, en grupos mayores o menores, a esparcirse en
sus recreos, y siempre en presencia de un profesor o auxiliar; así se evitan esas tempranas
perniciosas impresiones de insensatez y vicio a que nuestros niños están sujetos. A los
padres sólo se les tolera que los vean dos veces al año; la visita no dura más de una hora. Se
les consiente que besen al niño al llegar y al marcharse; pero un profesor, que siempre está
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