VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 31
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Consideran allí el fraude como un crimen mayor que el robo, y, por consecuencia, rara
vez dejan de castigarlo con la muerte porque sostienen ellos que el cuidado y la vigilancia,
practicados con el común entendimiento, pueden preservar de los ladrones los bienes de un
hombre, mientras que la honradez no tiene defensa contra una astucia superior; y como es
necesario que haya perpetuas relaciones de compra y venta y comercio a crédito, donde se
permite y tolera el fraude, o donde no hay leyes para castigarlo, el comerciante más
honrado sale siempre perdiendo y el bribón saca la ventaja. Recuerdo que en una ocasión
intercedía yo con el rey por un criminal que había perjudicado a su amo en una gran
cantidad de dinero recibido por orden, y con el cual se escapó; y como dijese a Su
Majestad, a modo de atenuación, que se trataba sólo de un abuso de confianza, el
emperador encontró monstruoso que yo presentase como defensa la mayor agravación de su
crimen; y la verdad es que al contestarle tuve bien poco que añadir a la respuesta usual de
que las diferentes naciones tienen diferentes costumbres, porque confieso que quedé
enteramente confundido.
Aunque nosotros, generalmente llamarnos al premio y al castigo los goznes sobre que
gira todo gobierno, nunca vi que pusiera en práctica esta máxima nación ninguna, a
excepción de Liliput. Quienquiera que allí pueda probar suficientemente que ha observado
con puntualidad las leyes de su país durante setenta y tres lunas, tiene derecho a ciertos
privilegios, de acuerdo con su calidad y la condición de su vida, unidos a una cantidad de
dinero proporcionada, que sale de un fondo afecto a este uso.Asimismo adquiere el título de
sninall, o sea legal, que se agrega a su apellido, pero que no pasa a la descendencia.
Aquellas gentes creyeron enorme defecto de nuestra política lo que yo les referí acerca de
obligar nuestras leyes sólo por el castigo, sin mencionar el premio para nada. Por esta
razón, la imagen de la Justicia en sus tribunales está representada con seis ojos: dos delante,
dos detrás y uno a cada lado, que significan circunspección, más una bolsa de oro abierta en
la mano derecha y una espada envainada en la izquierda, con que se quiere mostrar que está
mejor dispuesta para el premio que para el castigo.
Al escoger personas para cualquier empleo se mira más la moralidad que las grandes
aptitudes; pues dado que el gobierno es necesario a la Humanidad, suponen allí que el nivel
general del entendimiento humano ha de convenir a un oficio u otro, y que la Providencia
nunca pudo pretender hacer de la administración de los negocios públicos un misterio que
sólo comprendan algunas personas de genio sublime, de las que por excepción nacen tres
en una misma época. Piensan, por el contrario, que la verdad, la justicia, la moderación y
sus semejantes residen en todos los hombres, y que la práctica de estas virtudes, asistidas
por la experiencia y una recta intención, capacitan a cualquier hombre para el servicio de su
país, salvo aquellos casos en que se requieran estudios especiales. Y creían por de contado
que la falta de virtudes morales estaba tan lejos de poder suplirse con dotes superiores de
inteligencia, que nunca debían ponerse cargos en manos tan peligrosas como las de gentes
que merecieran tal concepto, pues, cuando menos, los errores cometidos por ignorancia con
honrado propósito jamás serían de tan fatales consecuencias para el bien público como las
prácticas de un hombre inclinado a la corrupción y de grandes aptitudes para conducir y
multiplicar y defender sus corrupciones.
Del mismo modo, no creer en una Divina Providencia incapacita a un hombre para
desempeñar cargos públicos; porque, dado que los reyes se proclaman a sí Mismos
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