VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 21
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cuatro palitos y los até horizontalmente a los cuatro ángulos, a unos dos pies del suelo.
Después sujeté mi pañuelo a los nueve palitos que estaban de pie y lo extendí por todos
lados, hasta que quedó tan estirado como el parche de un tambor; y los cuatro palitos
paralelos, levantando unas cinco pulgadas más que el pañuelo, servían de balaustrada por
todos lados. Cuando hube terminado mi obra pedí al emperador que permitiese a fuerzas de
su mejor caballería en número de veinticuatro hombres, subir a este plano y hacer en él
ejercicio. Su majestad aprobó mi propuesta y fui subiendo a los soldados con las manos,
uno por uno, ya montados y armados, así como a los oficiales que debían mandarlos. Tan
pronto como estuvieron formados se dividieron en dos grupos, simularon escaramuzas,
dispararon flechas sin punta, sacaron las espadas, huyeron, persiguieron, atacaron y se
retiraron; en una palabra: demostraron la mejor disciplina militar que nunca vi. Los palitos
paralelos impedían que ellos y sus caballos cayesen del escenario aquel; y el emperador
quedó tan complacido, que mandó que se repitiese la diversión varios días, y una vez se
dignó permitir que le subiera a él mismo y encargarse del mando. Llegó, aunque con gran
dificultad, incluso a persuadir a la propia emperatriz de que me permitiese sostenerla en su
silla de manos, a dos yardas del escenario, desde donde abarcaba con la vista todo el
espectáculo. Sólo una vez un caballo fogoso, que pertenecía a uno de los capitanes, hizo,
piafando, un agujero en el pañuelo, y, metiendo por él la pata, cayó con su jinete; pero yo
levanté inmediatamente a los dos, y, tapando el agujero con una mano, bajé a la tropa con la
otra, de la misma manera que la había subido. El caballo que dio la caída se torció la mano
izquierda, pero el jinete no se hizo ningún daño, y yo arreglé mi pañuelo como pude. No
obstante, no me confiaría más en su resistencia para empresas tan peligrosas.
Dos o tres días antes de que me pusieran en libertad estaba yo divirtiendo a la corte con
este género de cosas, cuando llegó un correo a informar a Su Majestad de que un súbdito
suyo, paseando a caballo cerca del sitio donde me habían hallado por primera vez, había
visto en el suelo un objeto negro, grande, de forma muy extraña, que alcanzaba por los
bordes la extensión del dormitorio de Su Majestad y se levantaba por el centro a la altura de
un hombre, y que no era criatura viva, como al principio sospecharon, porque yacía sobre la
hierba, sin movimiento. Algunos habían dado la vuelta a su alrededor varias veces;
subiéndose unos en los hombros de otros, habían alcanzado a la parte de arriba, y
golpeando en ella, descubierto que estaba hueca; con todos los respetos, habían pensado
que podía ser algo perteneciente al Hombre-Montaña, y si Su Majestad lo mandaba estaban
dispuestos a encargarse de llevarlo con sólo cinco caballos. Entonces me di cuenta de lo
que querían decir, y me alegré en el alma de recibir la noticia. Según parece, al llegar a la
playa después del naufragio, me encontraba yo en tal estado de confusión, que antes de ir al
sitio donde me quedé dormido, mi sombrero, que había yo sujetado a mi cabeza con un
cordón mientras remaba, y se me había mantenido puesto todo el tiempo que nadé, se me
cayó; el cordón, supongo, se rompería por cualquier accidente que yo no advertí. Yo creía
que el sombrero se me había perdido en el mar. Supliqué a Su Majestad que diese órdenes
para que me lo llevasen lo antes posible, al mismo tiempo que le expliqué su empleo y su
naturaleza, y al siguiente día los acarreadores llegaron con él, aunque no en muy buen
estado. Habían practicado dos agujeros en el ala, a pulgada y media del borde, y metido dos
ganchos por los agujeros; estos ganchos se unieron por medio de una larga cuerda a los
arneses, y de esta suerte arrastraron mi sombrero más de media milla inglesa; pero como el
piso de aquel país es extremadamente liso y llano, recibió mucho menos daño del que se
pudiera temer.
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