VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 19
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mandó a dos de los más corpulentos soldados de su guardia que lo sostuvieran sobre un
madero en los hombros, como hacen en Inglaterra los carreteros con los barriles de cerveza.
Se asombró del continuo ruido que hacía y del movímiento del minutero, que él podía
fácilmente percibir -porque la vista de ellos es mucho más perspicaz que la nuestra-, y
requirió la opinión de algunos de sus sabios que tenía próximos, opiniones que fueron
varias y apartadas, como el lector puede bien imaginar sin que yo se las repita, aunque,
desde luego, no pude entenderlas muy perfectamente. Luego entregué las monedas de plata
y de cobre, la bolsa, con nueve piezas grandes de oro y algunas más pequeñas; el cuchillo y
la navaja de afeitar; el peine, la tabaquera, el pañuelo y el libro diario. La cimitarra, los
pistoletes y la bolsa de la carga fueron llevados en carro a los almacenes de Su Majestad;
pero las demás cosas me fueron devueltas.
Tenía yo, como antes indiqué, un bolsillo secreto que escapó del registro, donde
guardaba unos lentes -que algunas veces usaba por debilidad de la vista-, un anteojo de
bolsillo y otros cuantos útiles que, no importando para nada al emperador, no me creí en
conciencia obligado a descubrir, y que temía que me rompiesen o estropeasen si me
arriesgaba a soltarlos.
Capítulo 3
El autor divierte al emperador y a su nobleza de ambos sexos de modo muy extraordinario.
-Descripción de las diversiones de la corte de Liliput. -El autor obtiene su libertad bajo
ciertas condiciones.
Mi dulzura y buen comportamiento habían influído tanto en el emperador y su corte, y
sin duda en el ejército y el pueblo en general, que empecé a concebir esperanzas de lograr
mi libertad en plazo breve.Yo recurría a todos los métodos para cultivar esta favorable
disposición. Gradualmente, los naturales fueron dejando de temer daño alguno de mí. A
veces me tumbaba y dejaba que cinco o seis bailasen en mi mano, y, por último, los chicos
y las chicas se arriesgaron a jugar al escondite entre mi cabello. A la sazón había
progresado bastante en el conocimiento y habla de su lengua. Un día quiso el rey
obsequiarme con algunos espectáculos del país, en los cuales, por la destreza y
magnificencia, aventajan a todas las naciones que conozco. Ninguno me divirtió tanto como
el de los volatineros, ejecutado sobre un finísimo hilo blanco tendido en una longitud
aproximada de dos pies y a doce pulgadas del suelo. Y acerca de él quiero, contando con la
paciencia del lector, extenderme un poco.
Esta diversión es solamente practicada por aquellas personas que son candidatos a altos
empleos y al gran favor de la corte. Se les adiestra en este arte desde su juventud y no
siempre son de noble cuna y educación elevada. Cuando hay vacante un alto puesto, bien
sea por fallecimiento o por ignominia -lo cual acontece a menudo-, cinco o seis de estos
candidatos solicitan del emperador permiso para divertir a Su Majestad y a la corte con un
baile de cuerda, y aquel que salta hasta mayor altura sin caerse se lleva el empleo. Muy
frecuentemente se manda a los ministros principales que muestren su habilidad y
convenzan al emperador de que no han perdido sus facultades. Flimnap, el tesorero, es
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